El grupo Coup de soup es a la Sala Rita y a La Machacona lo que Antón Reixa y Os Resentidos al Areal de Vigo o Alaska y Almodóvar a Malasaña. ´Coup de soupe´ es el emblema de la movida cacereña de los 80, la metáfora de los tiempos mejores, una voz y una música que recuerdan a los cuarentones de Cáceres "cómo habéis cambiado".

El pasado sábado, Coup de soup resucitó y al conjuro de su reaparición, mil cacereños de entre 30 y 60 años llenaron el Gran Teatro hasta las últimas plateas. Se quedó gente de pie y sólo 30 butacas del tercer piso, que estaba cerrado, permanecieron vacías.

Los músicos vestían de negro y el público vestía de todo: se mezclaban las casacas azabache con los escotes crema, las canas con las calvas brillantes, los tatuajes en el hombro con los bolsos de lentejuelas y el cuero de colores. Había mucha gafa negra ovalada, mucha cámara digital y mucha emoción a flor de piel.

LA GRILLERA Y PELOTO

El público coreaba las canciones, revivía los tiempos de La Grillera, El Miajón y el Pedro Peloto, bares de aquellos tiempos donde las noches de kañas y kalimocho acababan con el himno al Lusitania Exprés de Coup de soup.

Los espectadores se reconocían eufóricos en el prólogo: "Qué bien te veo", y se emocionaban nostálgicos en el piscolabis final: "¡Qué bonito ha sido todo!". Antes, habían dejado que se desbocara la adrenalina en un concierto lleno de complicidades donde bailaban hasta los espectadores con muletas.

Abundaban los profesores y los funcionarios y no faltaba el concejal de Tráfico (ahora se llama Movilidad Ciudafana), José Antonio Villa, que posee el encanto de no tener carné de conducir.

Juan Carlos Candela, alma y voz del grupo, demostró unas tablas más propias de un profesional de toda la vida que de un funcionario de la Junta que canta. Su voz, entre German Coppini y Leonard Cohen, pero con más ternura, dominaba tempos y ritmos y las letras de las canciones mantenían la frescura de los himnos clásicos del rock.

Candela vestía un conjunto desconjuntado de camisa negra y pantalones burdeos. Abelardo, cachondón y abrazado a la estética cabeza de bombilla del líder y cantante, superó con teatralidad inconmensurable la rotura de una cuerda de su guitarra en la primera canción.

Todos son ya probos funcionarios, creativos sin tacha o profesionales respetados, pero mantienen un aire canalla y gamberro que desparramaron sobre el escenario del Gran Teatro durante cien minutos sin respiro ni resquicios para que se colara el aburrimiento. Ayudados únicamente por un sombrero de copa, un tambor militar, un megáfono y una niña que salió en el cuarto de los cinco bises, dieron un golpe directo en el mentón de la movida cacereña, que fue creativa antes que destructiva.