TQtuiero, en estos inicios del año, hacer profesión de fe en el futuro a pesar de la recesión y de la nueva financiación que nos amenaza. No sé muy bien por qué, pero creo en el progreso de Extremadura. Creo por encima de las cifras que nos sitúan en los últimos puestos de empleo y riqueza, a pesar de que somos pocos los habitantes para tirar del carro de una región extensa y que veo poco espíritu de renovación empresarial.

No sé muy bien por qué, pero creo. Quizás porque, aunque pocos, aquí seguimos y porque paso a paso avanzamos (hemos tenido el segundo crecimiento de España desde el año 2000), o quizás también, porque la situación que ocupamos en el mapa, que durante siglos nos perjudicó, ahora puede beneficiarnos; antes éramos tierra de frontera, el oeste pobre que se unía al pobre este de Portugal. La nada junto a la nada. Pero ahora formamos parte de una región transfronteriza y de enlace entre las dos capitales ibéricas y es posible que al final nos favorezca.

No sé muy bien si las razones expresadas constituyen cimientos tan sólidos como los que requieren este credo, pero hoy no quiero pensar con desesperanza. Creo aunque no deba, y no debo, entre otras cosas, porque el futuro de la financiación no pinta bien para Extremadura. Los favorecidos pretenden seguir disfrutando de los beneficios que les proporciono su ubicación y la historia. No quieren reconocer que no es que sean más trabajadores ni más listos, sino que les favoreció la geografía y la política.

Decía hace poco Pedro Escobar que en treinta años no se corrigen siglos de injusticias y de saqueos, que Extremadura no está ni económica ni fiscalmente preparada para competir. No le falta razón a mi criterio pero, a pesar de todo eso, hoy, aunque solo sea hoy, creo.