Habíamos terminado la noche antes visitando el templo Iskcon de Anantapur al que a diario acuden cientos de fieles para adorar al Dios Krishna, que tuvo 16.000 novias de entre las que Radha era su favorita, de manera que junto a su imagen aparece la de ella, que es igualmente venerada en este elefantiásico edificio presidido por enormes caballos de cartón piedra que reciben al caminante de pies descalzos, obligado a despojarse también de su móvil porque aquí se viene a rezar, no a hacer fotos.

Y es que La India es el paraíso de los fotógrafos. Basta con recorrer el camino que lleva hasta Bukkaraya Samudram para captar espeluznantes instantáneas: carromatos cargados de maíz y chile que son arrastrados por escuálidas vacas, ratones que cruzan la carretera, lavaderos de ropa, policías que multan a motos con tres tripulantes a bordo y sin casco, ojos que se te clavan por dentro porque aquí todo te desgarra.

En este centro de mujeres discapacitadas físicas o psíquicas que gestiona la fundación trabajan con chicas de las castas más bajas, o incluso con aquellas que no tienen casta porque nadie las quiere, porque les colgaron la etiqueta de la escoria. Cuando llegan tienen tanto miedo que tiemblan, bajan la mirada, les da pánico el ginecólogo. Abandonaron el colegio porque se burlaban de ellas y en casa las torturaban con el ‘No vales para nada’. Las hacían sentirse una mierda.

Silvia es la coordinadora de Comercio Justo. Explica que aquí hay 300 mujeres que han recuperado su autoestima. Su objetivo es terminar la obra de un centro contiguo para poder ampliar la cobertura. Se necesitan 46.080 euros. Y para eso ha venido en esta expedición Juan Luis Muñoz Escassi, un sevillano que desde que tuvo un accidente de moto se dedicó a dar su vida por los demás creando la Asociación de Fundaciones Andaluzas, de la que es director. Su ‘Reto Pichón’ ha logrado desde 2003 luchar contra la ELA o ayudar a niños con parálisis cerebral. Ahora su mente está puesta en Vicente Ferrer.

Solo hay que entrar en la web de Muñoz Escassi, pinchar el enlace de la fundación y donar. Juan Luis no toca un euro porque su reto es participar en tres pruebas deportivas extremas. Por eso es un ángel, por eso y porque te abraza, te escucha y te regala pulseras para que tus días sean siempre azules.

El maratoniano programa de este viaje nos dirige ahora hacia Sodana Palli, el pueblo donde vive Manikanta, que tiene 6 años y sueña con pilotar un avión. Él y el resto de niños del poblado nos esperan, nos abrazan. Les damos pegatinas de El Periódico Extremadura, playmobils, cajas de plastilina y chicles de Sánchez Cortés, el célebre empresario de golosinas de Cáceres. Qué poco cuesta hacer felices a los demás...

Nos despedimos sin ser conscientes aún de la magnitud que nos aguarda. El Bathalapalli Hospital es uno de los centros sanitarios que levantó Vicente Ferrer, un complejo que encierra la parábola de la vida y de la muerte y que dignifica de forma categórica al ser humano porque hasta aquí llegan muchos enfermos terminales para morir en paz.

Medicina general, quirófanos, pediatría, obstetricia, ginecología y oncología dan servicio a cientos de indios. Atiende al mes entre 400 y 500 partos y ya cuenta con más de 700 profesionales trabajando (algunos de ellos recibieron hoy nuestros lotes de medicinas). Para los niños apadrinados todo es gratuito, así que, por favor, no lo duden, apadrinen.

A las puertas de Neonatos aguardan decenas de familias con sus maletas y sus ropas tendidas en improvisados tendederos. Algunas recién paridas tapan sus orejas en la lactancia porque creen que así evitarán infecciones. Sobre sus brazos una madre sostiene a su tercera hija tras semanas de incubadora porque la criatura tragó meconio. Qué universal es el milagro de la vida.

El Bathalapalli también trata casos de sida, cinco o diez al día. Duele solo escucharlo. Metros más allá de la unidad, un centro deportivo potencia el fútbol entre niñas portadoras del virus que nos cubren de besos cuando les entregamos las camisetas del Betis y del Sevilla. Cae la noche y toca buscar refugio bajo los neem, árboles sagrados que rodean la tumba de Vicente Ferrer en el bellísimo panteón al aire libre de este hospital. Hay flores, incienso, piedras de todos los lugares donde trabajó.

De regreso, Anna, su mujer nos espera en la fundación. «Creed que no hay nada imposible», exclama, sonríe, abre sus brazos y nos da la bienvenida.