Visiblemente demacradas y ojerosas pero contentas y con ganas de olvidar el horror, las cuatro azafatas españolas que han permanecido diez días detenidas en Chad llegaron puntuales a la base militar de Torrejón de Ardoz, ubicada a las afueras de Madrid, acompañadas por el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy. Tatiana Suárez, Sara López, Carolina Jean y Mercedes Calleja fueron recibidas a pie de escalerilla por el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, y de inmediato corrieron a abrazarse con una veintena de familiares que les esperaban ansiosos. Estaban tan nerviosas, con lágrimas en los ojos, que en su emotiva carrera perdieron un bolso y más de un zapato.

Pasados unos minutos, ya más tranquilas, se dirigieron a un hangar donde les esperaban unos 200 periodistas. Los 40º grados de Chad se habían transformado en una noche gélida. Y allí, Sara, en nombre de las cuatro, hizo una breve declaración. "Durante el cautiverio --destacó-- creíamos que en España no se estaban moviendo por nosotros, pero ahora nos hemos dado cuenta de que no era así. Estamos muy agradecidas a los gobiernos de Francia y España".

Las cuatro auxiliares de vuelo vestían ropa de calle, pero iban a arropadas con la chaqueta de su compañía aérea. Sobre la suerte que pueden correr sus compañeros que todavía siguen retenidos en Chad, apuntaron que no estaban en condiciones de comentar nada. Solo dijeron que "sentían lástima por ellos" y que esperaban que "se siga trabajando" y se produzcan las "medidas pertinentes para verlos en libertad cuanto antes".

MALOS MOMENTOS Las azafatas tampoco quisieron anoche comentar nada sobre el trato recibido en Chad. "Ahora no es el momento. Estamos muy cansadas y heladas", se excusó Sara. Pero por la mañana, nada más ser liberadas en Yamena, declararon a un grupo de periodistas que pasaron por momentos muy malos: "Los primeros días estuvimos llorando, aunque después comenzamos a tener más fortaleza".

Según comentó Rubén, primo de una de las españolas liberadas, Mercedes Calleja, las azafatas explicaron que vivieron un cautiverio en condiciones precarias, escoltadas siempre por soldados y con aseos muy deficientes, hasta que ayer el cónsul les facilitó ropa, objetos de aseo y comida.