TEtl novio entiende su boda como un combate de boxeo en el que debe enfrentarse a un futuro incierto con guantes de papel de fumar. El altar es para él un cuadrilátero de arenas movedizas; una vez ponga sus pies temblorosos entre las cuatro cuerdas no le cabe sino hundirse hasta el abismo. Durante los días previos a la ceremonia es probable --y hasta cierto punto lógico-- que sufra accesos de angustia e indecisión. El pobre se siente asfixiado por el miedo escénico. Sus amigos, sus suegros, sus padres, el cura, alguna exnovia, en fin, la humanidad completa va a presenciar el combate desde la primera fila, aplaudiendo o censurando sus acciones. Desde aquí le expreso mis condolencias: le espera una buena tunda de palos.

Lo que debe hacer es relajarse, respirar profundamente y dejar que sea la novia quien interprete el sufrido papel de mujer al borde de un ataque de pánico. Si conoce las normas y ejecuta sus golpes con eficacia, es posible que nuestro héroe logre mantener el tipo.

Para triunfar en el matrimonio, no tendrá más remedio que ser un esposo sensible y cariñoso, un padre ejemplar, un hijo atento y un yerno considerado. Y, por supuesto, no olvidar determinados cumpleaños. Casi nada...

En los días previos a la ceremonia, cuando la angustia sea irrespirable, al novio siempre le quedará el consuelo de evadirse de la realidad recordando aquellos míticos días de soltero en los que soñaba en secreto con una novia (parecida o igual que la que le espera en el altar) a la que entregar esa libertad y esa independencia de las que, muy a su pesar, está a punto de desprenderse en estos difíciles momentos.