Alcaldes que hacen la compra a sus vecinos, concejales que reparten comida a los mayores, bandos que llegan solo a través del móvil, mujeres que cosen batas y mascarillas solas en sus casas, museos convertidos en espacios de coordinación de alimentos y fármacos para los mayores… El covid-19 ha cambiado la vida en los pequeños municipios. Si antes los periodos de máxima actividad se reducían a ferias, fiestas, mercados o verano, ahora las puertas están más cerradas a cal y canto que nunca. Pero en esos ‘pueblos fantasma’ a la fuerza hay muchas iniciativas para que nadie se quede solo o sin atender durante el confinamiento. Son las consecuencias del coronavirus en la Extremadura rural, ahora más vaciada que nunca de gentes en sus calles.

Un dato a destacar en este paisaje humano es que la sociedad rural extremeña está envejecida y, en muchos casos, es dependiente. El Índice de Envejecimiento, que relaciona la población de más de 65 años con la de menos de 14, apunta a que hay algunos municipios extremeños con una proporción muy alta de mayores, según el Instituto de Estadística de Extremadura (Ieex). Y eso condiciona el modo de vida.

Juan Rodríguez es alcalde de Albalá (670 vecinos), famosa por sus ferias de ganado. El 75% de los habitantes son de avanzada edad. Ahora, hasta él hace la compra a dependientes. «La vida ha cambiado. Éste es un pueblo agrícola y ganadero. Y esas actividades se realizan cumpliendo estrictamente las normas. Por lo demás, Albalá se ha convertido en un pueblo de calles fantasmas, porque los vecinos están respondiendo muy bien al llamamiento a no salir de casa».

Antonio, policía local, reparte comida en Albalá.

Rodríguez añade que «muchos mayores no asimilan en su totalidad lo que está pasando». «Viven el día a día con miedo e incertidumbre. Con los medios del ayuntamiento tenemos atendida la residencia de mayores (16 usuarios y 8 trabajadores) que está completamente aislada. Con los que son más dependientes estamos en contacto. Tienen números de teléfono a los que llamar e incluso el mío personal, o el de la policía local por si necesitan alguna compra. Tienen la tranquilidad de que hay alguien que les puede socorrer a pesar de que sus familiares estén fuera o no tengan. Nos tienen a nosotros, a la policía y a los voluntarios». En Albalá todo el pueblo colabora unido en los trabajos de desinfección y también hay mujeres que elaboran mascarillas como en otros municipios.

Cuidar de padres mayores

María del Carmen Burgueño, ‘Maica’, pertenece al grupo de mujeres de Garrovillas de Alconétar que elabora material para los trabajadores de la residencia de ancianos municipal. «Hacían falta muchas cosas. Por eso las que sabíamos coser nos coordinamos para hacer batas y mascarillas. Cuando terminamos, los municipales vienen y recogen el material. Tenemos un grupo de WhatsApp para indicar cuándo acabamos. Las telas proceden directamente de las tiendas locales, que se están volcando», explica.

Maica asegura que la vida ha cambiado mucho en Garrovillas de Alconétar tras el estado de alarma. Ella tiene a su cargo a dos personas mayores. Sus padres, Hilario y Valentina, ambos de 86 años.

Maica vive en zona superior de su casa. Abajo están ellos. Por la mañana les hace las faenas, la comida y se sube después a comer. «Por ellos es el miedo en el cuerpo. Mi marido, Javier, trabaja en Cáceres de cartero. Cuando regresa va derecho a ducharse y cambiarse de ropa. No se atreve a bajar para no contagiar a mis padres. Desde que empezó esto no los ve. Hablamos por teléfono y ya está. Mis padres saben que está pasando algo, pero no le dan la importancia que nosotros. Piensan que ‘toda la vida se ha muerto gente de constipado’».

Maica hace mascarillas.

Garrovillas, 2.000 habitantes, tiene una gran masa de población mayor de 65 años. Se ha organizado un sistema a través de los teléfonos del ayuntamiento, Cruz Roja y la Policía Local, desde donde se les facilitan las compras diarias en las tiendas de comestibles y las farmacias. La policía también realiza visitas en las casas donde sabe que hay gente mayor viviendo sola. De hecho, el ayuntamiento ha reincorporado a un agente en segunda actividad para que esté a tiempo completo. «Asociaciones, cofradías y todo el pueblo en general están donando material y dinero para adquirir todo lo necesario. Se están volcando como nunca», dice la alcaldesa Elisabeth Martín.

Llamadas diarias

Por su parte, Javier Prieto, alcalde de Piornal (el pueblo más alto de la región), comenta que todos los servicios de atención a mayores, dependientes y personas en aislamiento domiciliarios se han centralizado en el Centro de Interpretación de Jarramplas y Universidad Popular (están en el mismo edificio), donde siete trabajadores del ayuntamiento atienden las llamadas. Ana, Noemí, Amparo, Lumi, Conchi, Isabel y José son algunos de los nombres propios de trabajadores del ayuntamiento piornalego que se encargan de la nueva situación en la que no se maneja dinero físico. Todas las mañanas los trabajadores de ayuda a domicilio llaman uno por uno a más de veinte vecinos que necesitan atención. Después van a los domicilios, tocan el timbre y los usuarios recogen sus bolsas.

Isabel, gestora cultural de Piornal, se ocupa de la comunicación y redes sociales, desde donde informa de las recomendaciones del ayuntamiento, la Mancomunidad de Municipios Valle del Jerte y el SES. También vierte contenidos para tener ocupada a la población en sus domicilios. Estos aparecen tanto en la web de la Universidad Popular (UP) como en el Bando Móvil, una aplicación para teléfonos inteligentes. En la UP se pidió que cada piornalego hiciera su particular aportación para entretener a los demás. La respuesta ha sido muy grande. Todo comenzó con un cuento infantil que leyó el hijo de Isabel. Después éste retó a dos más, y estos a otros dos… y así se ha llegado a muchos piornalegos repartidos por toda España que han recitado poesías, o han hecho representaciones con marionetas…

Alba Baile, teniente de alcalde de Villamiel (560 habitantes y 19 niños solo en el colegio), explica que son también voluntarios ‘a piñón’ los cinco concejales del equipo de gobierno, a los que se unen todos los vecinos de este municipio de Sierra de Gata. «Estamos muy orgullosos, porque no hay nadie en la calle y todo lo comunicamos a través de WhatsApp o teléfono. Los mayores y dependientes tienen nuestros teléfonos personales a su disposición. Les hacemos la compra si nos lo solicitan y se la llevamos a casa», explica.

Por último, Manuel Naharro, alcalde de Valencia de Mombuey, destaca que la vida allí ha cambiado aún más, porque al tratarse de un pueblo rayano era habitual que muchos portugueses se acercaran a comprar, echar gasolina, o a la farmacia. Como otros municipios han reforzado el servicio de ayuda a domicilio, que cuenta con seis personas. Ahora reparten comida por la mañana y cena a la tarde. También se ha habilitado un teléfono para canalizar los pedidos. Además, hay otro teléfono de la trabajadora social para lo que necesiten, «aunque sea hablar o desahogarse», concluye Naharro.