Las relaciones sociales se retroalimentan con nuestra personalidad, nuestro estado emocional o las experiencias que hemos ido viviendo e interiorizando en forma de esquemas de comportamiento. De la misma forma que una disfunción en nuestra vida puede conllevar problema de adicción a algunas sustancias, como la comida, el alcohol o el juego, también puede aparecer en forma de dependencia emocional. En muchas ocasiones, los signos son claros: la relación es completamente desequilibrada, llega a haber abuso o maltrato psicológico y aparece aislamiento social. Sin embargo, no siempre es tan claro, especialmente cuando la relación está en su primera fase o se esconde tras lo que la pareja cree que es amor. Puede deberse a la educación que se ha recibido y que ha hecho que se interioricen falsos mitos que influyen en cómo nos relacionamos en la etapa adulta con nuestras parejas.

Cuando sentimos que la relación hace que nuestras emociones sean intensas, tanto las positivas como las negativas, debemos evaluar si se debe a un simple enamoramiento o si estamos cayendo en una relación de dependencia, lo que al principio puede ser inofensivo y que puede a medio plazo dañar a ambas partes.

QUERER SIN DAÑAR

Se tiende a entender las relaciones de dependencia como que hay una persona que de forma intencionada ejerce un abuso sobre otra, cuando no siempre eso se cumple. En muchas ocasiones, la codependencia surge por la forma extrema en que se vive la relación y se forja la unión. Control sobre qué se hace por parte de los dos, vigilancia de redes sociales, discusiones que acaban en momentos de pasión o una convivencia en la que no hay espacio para otras personas. Para muchos esto entra dentro de lo que se concibe como amar a alguien, un amor romántico que se generaliza, pensando que quererse debe implicar todos esos elementos.

¿Qué separa estar enamorado y querer a otra persona de acabar viviendo una relación de dependencia?

1. Quiero estar con el otro

La línea que separa disfrutar con el otro de llenar el vacío o la soledad es aquí importante. Mientras que el amor aporta un sentimiento positivo, la dependencia lo que hace es paliar uno negativo. Como no quiero estar solo y no sé relacionarme con mi soledad, busco el contacto de forma excesiva.

2. No uso la relación

Cuando el amor no es real, cuando no hay unas bases de seguridad, admiración y confianza, quien lo sufre es capaz de identificar aquellos elementos egoístas por los que está con el otro. Usa la relación para acceder a un grupo de personas, tener una estabilidad o una casa o llenar vacíos.

3. Busco el desarrollo

Conocemos a una persona y solemos poner un mayor foco en todo aquello positivo que tiene. Con el tiempo, esto se invierte y puede llegar a pesar más lo negativo. Vemos el potencial que la persona tiene y queremos que cambie. Si se convierte en lo que nosotros esperamos, estaremos felices. Buscamos en la dependencia una relación de pareja deseada, pero no disfrutamos con la realidad.

4. Cada vez me quiero más a mí mismo

Las relaciones que de verdad se basan en el amor auténtico hacen que el amor propio también aumente. Soy capaz de querer al otro cada día un poco más, pero no me abandono, de hecho, me ayuda a centrarme también en mí y en desarrollarme.

Las relaciones de pareja conllevan unas fases iniciales que pueden estar más sumidas en lo que esperamos que en lo que de verdad tenemos. Ponemos la esperanza en lo que nos gustaría tener y aparece el autoengaño. La relación puede virar hacia la dependencia, hacia no aceptar al otro ni a nosotros mismos. Nos alejamos del amor, aunque podríamos haber visto algunos signos que aparecen ya en un primer momento.