A menudo cometo la equivocación de pensar que algo que a mí me resulta obvio es igual de obvio para todo el mundo. Pongamos por caso a mi amigo Louis, que es un hombre brillante y progresista. Él y yo conversábamos a veces y él me decía: No entiendo a qué te refieres cuando dices que las cosas son distintas y más difíciles para las mujeres. Tal vez lo fueran en el pasado, pero ahora no. Ahora las mujeres ya lo tienen bien. Yo no entendía como Louis fuera incapaz de ver algo que parecía tan evidente. (Chimamanda Ngozi Adichie. Todos deberíamos ser feministas)

Que las cosas siguen siendo más difíciles para las mujeres y las niñas de todo el mundo es tan obvia y evidente como las cifras que vemos todos los días en los telediarios sobre la violencia de género: una de cada tres mujeres y niñas experimenta este tipo de violencia en algún momento de su vida con consecuencias físicas, psicológicas, sociales, económicas que pueden ser devastadoras.

Una manifestación de esta violencia especialmente impactante para las niñas, basada en normas socialmente establecidas sobre la masculinidad y la feminidad, es el matrimonio infantil, temprano y forzoso. Esta práctica perjudicial les impide vivir una vida libre de violencia, privándolas de su capacidad de tomar decisiones autónomas en sus vidas e impidiendo su plena participación en la esfera económica, política, social En definitiva, se trata de infancias robadas porque se les niega a disfrutar de una etapa en la que aprender, jugar, crecer, desarrollarse y sentirse seguras y protegidas.

Cuanto mayor es la presión social para casarse, ser madre y responder a ciertos estereotipos limitantes de feminidad normalizados en una sociedad, más probable será que, aunque no sea forzoso o no haya una obligación formal, las niñas identifiquen el matrimonio o el embarazo como ambición primaria y único logro al que deben y pueden aspirar.

Y cuanto mayor sea la diferencia de edad entre las niñas y sus maridos, más probable es que ellas experimenten y justifiquen los golpes, que normalicen y asuman la presión emocional por parte de sus familias, maridos o suegros coartando así su capacidad de tomar decisiones sobre sus propias vidas y cuerpos. También aumentan los riesgos de que su primera experiencia sexual sea forzada o que los embarazos precoces la primera causa de muerte para las adolescentes en todo el mundo- tengan efectos duraderos en la salud mental y física de las niñas.

Sin embargo, resulta frustrante que a pesar de que esta violación de los derechos humanos que sufren las niñas esté reconocida por Naciones Unidas, no siempre sea considerada como tal, y muchas veces el matrimonio infantil sea tácitamente aceptado en nombre de la cultura o de prácticas tradicionales que consideramos muy alejadas de nuestras tradiciones occidentales. Aunque no está de más recordar que no fue hasta 2015, cuando España aprobó la Ley de Jurisdicción Voluntaria elevando la edad mínima para el matrimonio con consentimiento judicial de 14 a 16 años, igualándonos así con el resto de países de la Unión Europea.

Con motivo de la celebración, el próximo 11 de octubre, del Día Internacional de la Niña es necesario recordar que mientras haya niñas obligadas a casarse, tendremos que seguir luchando por un mundo libre de constricciones sociales y patriarcales. Si reciben apoyo efectivo durante la adolescencia, las niñas tienen el potencial de cambiar el mundo, tanto como niñas empoderadas de hoy y como trabajadoras, empleadoras, emprendedoras, lideresas del futuro.

Es necesario y urgente apoyar este cambio, contribuir a romper los límites y las barreras sociales y culturales que plantean los estereotipos y la exclusión, defender los derechos de las niñas, para construir con ellas un futuro más equitativo