El día en que mis padres comprendieron que yo era un buen muchacho, es decir, un don nadie, es decir, que iba ser pobre de por vida, me agarraron de la manita y me pusieron de patitas en mitad del bosque sin más herencia que una cesta con algo de chacina de la matanza. Nosotros regresamos a casa, dijeron, pero no temas, que enseguida volvemos. Se alejaron silbando una canción de Melendi , y si te he visto no me acuerdo. Cuando me vi solo me dio por lloriquear, pero de repente salió Zapatero de entre las sombras y me dijo: "mira, niño, no llores, yo soy el dueño de este bosque, y si me das tu cestita, construiré una línea del AVE que te llevará directo a casa de tu mamá". "Ni se te ocurra --gritó Rajoy, que estaba escondido tras un sauce llorón--, mira que a este señor se le están poniendo las mismas ojeras que a Felipe González , y eso es síntoma de que no hay que tomarle muy en serio. A saber qué hará con tu cestita. Si me la entregas a mí, en cambio, prometo mantener intacta la unidad del bosque, que las rosas den más perfume y que los pájaros canten en gregoriano". Yo me llevé la cestita al pecho en un acto reflejo y les iba a decir que por qué no os vais los dos un poquito a la mierda cuando de pronto apareció el Papa. Ignorante de mí, pregunté: dime viejo, de quién eres, todo vestido de blanco. Soy el Sumo Pontífice, osease, el Padre Santo. Entonces sí que abracé la cesta con todas mis fuerzas. "Yo te prometo, dijo el Papa, el urbi et orbe, una casita en la Eternidad con vistas al Paraíso y una caja de polvorones". Pero como es notorio que yo era un niño con pocas luces, no creí a ninguno de los tres y me di la vuelta y me adentré en el bosque en busca del lobo.