Las razones por las que decidimos buscar ayuda psicológica cada vez son más amplias. Años atrás, solo se buscaba la ayuda en aquellos casos en los que había un trastorno mental o se estaba viviendo una situación desmesuradamente grave. Sin embargo, con la evolución social y el cambio de mentalidad, somos capaces de reconocer antes el problema, normalizar lo que nos pasa y saber que tenemos que acudir a un psicólogo. Ya no se trata de algo exclusivo de la enfermedad mental, sino que va más allá, añadiendo problemas emocionales o de conducta, momentos de crisis vitales o rupturas de pareja difíciles.

Aunque se haya ido normalizando ir al psicólogo, siguen existiendo muchos tabús al respecto. Nos cuesta contárselo a los demás, nos da miedo que nos juzguen y eso también nos hace tardar más en dar el paso para coger la primera cita. Mientras que sabemos que es la mejor forma de tener una ayuda, el miedo y la vergüenza nos hacen esperar o no ir nunca. Pero hay muchas más razones detrás.

COSA DE LOCOS

Las terapias psicológicas han ido cambiando a lo largo de los años, no solo por ajustarse a las necesidades de los problemas que iban surgiendo sino también por las necesidades de la población. Mientras que en un primer momento se trataban problemas de psicosis o veteranos de guerra con estrés postraumático, ha ido ampliando la visión y se ha ido incorporando la realidad de cada persona en su día a día. Ya no es algo que solo trata de recuperar al enfermo, sino que busca promover la salud mental, crear métodos preventivos o generar un bienestar emocional. Un cambio de paradigma que aún cuesta normalizar a nivel social. Sigue pareciendo una cosa a la que solo se acude con problemas mentales graves.

Los estigmas relacionados con el psicólogo dificultan la tarea de que lleguemos a tomar la iniciativa para ir. Es detrás de muchas semanas o meses cuando por fin nos atrevemos a llamar y coger cita. El miedo, la vergüenza o el desvalorar nuestro malestar impiden que tomemos esa decisión. Una vez que empezamos, vemos que teníamos que haber ido mucho antes.

Las personas que empiezan un proceso terapéutico ven cómo su vida empieza a cambiar a medida que avanzan las sesiones. No solo se solucionan los problemas presentados, sino que se tiene más consciencia sobre el propio funcionamiento, se adquieren herramientas que mejoran la calidad de vida o áreas que parecían no estar afectadas empiezan a mejorar. Pese a todo lo mejorado, nos cuesta contar a los demás que hemos ido o estamos yendo a terapia. Y, de saberlo, se reserva para el círculo más íntimo. Pero ¿qué motivo hay detrás de ocultar que se está viendo a un psicólogo?

1. Me juzgarán

No solo nos pasa con el psicólogo, sino con cualquier cosa que parezca no ajustarse a la media. El juicio de los demás nos preocupa. Vernos diferentes o que alguien pretenda evaluar los motivos o las causas nos paraliza.

2. Me verán débil

Todavía hay muchas personas que no creen en la labor de un psicólogo, sin tener en cuenta que es una rama sanitaria basada en la ciencia y en la evidencia demostrable. Ir a terapia es visto como una debilidad, como algo que deberías tú mismo saber solucionar.

3. Me dejarán de lado

Tras el estigma del psicólogo se encuentra el creer que la persona que acude tiene algún tipo de desequilibrio. Nos da miedo contarlo porque pensamos que nos juzgarán y dejarán de lado.

4. Me da vergüenza

En algunos casos es simplemente por vergüenza. Se ve como una parte demasiado íntima, y el temor a que alguien pueda profundizar en ello nos paraliza,

5. No estoy tan mal

Nos desbordamos pero pensamos que no tenemos motivo para ello. Sin causas grandes que contar a los demás, preferimos guardarnos que estamos yendo al psicólogo.

Ir al psicólogo es algo necesario para cualquier persona en momentos puntuales de su vida. Aunque estemos acostumbrados a superar nuestros problemas o a convivir con ellos, el desbordamiento emocional suele estar presente y es solo con un profesional con el que podemos solucionarlos. Pese a ver su importancia, aun no lo contamos, y tiene que ser labor de cada uno que se acabe por normalizar.

* Ángel Rull, psicólogo.