TPtocas cosas son tan variables como el concepto de lujo que tiene cada ciudadano. A mí me parece un lujo que haya escuelas taurinas sostenidas con fondos públicos; en cambio, creo que merece la pena tener una buena orquesta que se dedique a ofrecer una programación de conciertos y otras actividades para la difusión de la música clásica. Imagino que quien tenga puestas sus esperanzas en el arte de Cúchares que pueda desarrollar su hijo pensará todo lo contrario, que para qué tiene que estar él pagando de sus impuestos a unos violinistas que leen esos símbolos tan raros que hay en las partituras. Si no somos capaces de ponernos de acuerdo en qué es fundamental y qué es accesorio, estaremos haciendo un flaco favor a las futuras generaciones. La asistencia sanitaria, social y educativa de las personas deberían ser los tres pilares básicos e intocables de una sociedad que quiera denominarse humana. A partir de ahí entramos en terrenos discutibles: una autopista, un tren de alta velocidad o un hipermercado pueden ser más o menos necesarios, pero se puede sobrevivir sin ellos. Una fuente ornamental o la ayuda a un equipo profesional de baloncesto serían dos ejemplos de elementos superfluos y prescindibles, de esos que habría que ahorrarse ahora y quizá siempre. Y en medio de todo queda la cultura, en tierra de nadie. Muchos pensando que es innecesaria y sin atreverse a decirlo públicamente. Pero la veda está a punto de abrirse, ya hay quien habla de lujos y sólo nos queda que se vuelva a poner de moda aquella canción de Kortatu: La cultura es tortura, no nos vamos a engañar.