Prohibido hacerse ilusiones: la 16 cumbre de la ONU sobre cambio climático se inicia mañana en Cancún, el gran emporio turístico del Caribe mexicano, con la esperanza de desencallar el proceso negociador bloqueado el año pasado en Copenhague, pero con el convencimiento general de que los progresos serán escasos. Tan mal están las cosas que muchas delegaciones se darían por satisfechas si se aprobase algo tangible, aunque fuera pequeño, y nadie diese un paso hacia atrás.

Los grandes objetivos, como pactar una reducción global de las emisiones de CO2 para el 2020, habrá que dejarlos para futuras citas. "Algo que los estados aprendieron en Copenhague es que no existe un solución que pueda arreglarlo todo de golpe", asume la diplomática costarricense Christiana Figueres, secretaria de la Convención sobre Cambio Climático.

Aunque en Cancún están representados 190 países, es sintomático la escasez de jefes de Estado, limitados a una docena, y lo mucho que se ha reducido la marabunta ecologista del año anterior. "Las mismas condiciones que hicieron fracasar la conferencia de Copenhague, especialmente la crisis económica y la falta de acuerdo entre EEUU y China, siguen en el mismo lugar", resume de manera realista Salvador Samitier, director de la Oficina Catalana de Cambio Climàtico.

Podría decirse que la situación es incluso peor, puesto que el presidente de EEUU, Barack Obama, ha perdido la mayoría en la Cámara de Representantes. "En Copenhague se generaron expectativas muy por encima de la realidad", dice ahora Luis Alfonso de Alba, máximo representante mexicano en la cumbre.

MIRANDO AL 2012 El problema es que el tiempo apremia: en el 2012 expirará el protocolo de Kioto, aprobado en el año 1997, y todavía no hay un acuerdo alternativo para la próxima década. Como estiman varios analistas, el mayor éxito sería pactar un texto ambicioso que pudiera ratificarse en la cumbre del año que viene en Durban (Suráfrica), aunque algunos ya dan por hecho que ni siquiera eso será posible. Samitier pone sus esperanzas justamente en el 2012.

Sí aspira Cancún a la creación de un fondo de lucha contra la deforestación, proceso responsable del 12 por ciento de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. Se trataría de que los países en desarrollo con grandes bosques, entre ellos Indonesia, Brasil y la República Democrática del Congo, recibieran algún tipo de ayuda con el compromiso de mantenerlos sanos. En Copenhague se pactó cómo medir y verificar el proceso, pero aún falta decidir de dónde saldrá el dinero.

Una posibilidad es que los bosques se incorporen al mercado mundial de compraventa de carbono. El mismo problema de liquidez afecta a la transferencia de tecnología: en la capital danesa se acordó por escrito que los países industrializados den una ayuda (de 75.000 millones anuales en el 2020) para que el Tercer Mundo pueda crecer de manera más sostenible, pero no se sabe de dónde saldrán los recursos. Naciones Unidas propone algún tipo de impuesto ambiental en las transacciones internacionales.

En la ciudad mexicana de Cancún también está en juego la legitimidad de la ONU en las negociaciones, es decir, si los acuerdos se deben guarecer bajo su paraguas legal. Parece algo secundario, pero no lo es. El G20, por ejemplo, también quiere tomar las riendas. La secretaria de Estado de Cambio Climático, Teresa Ribera, subrayó el viernes que los compromisos de Copenhague están recogidos en un acuerdo político, pero "no encomiendan a la ONU su vigilancia ni su desarrollo". "Debe avanzarse en este campo", añadió Teresa Ribera.".