Ayer Talavante escribió una bella y nueva página en una trayectoria que, día a día, se va haciendo insuperable. Ayer, como hacen los grandes, abrió la puerta grande de Las Ventas, y no lo hizo de forma pírrica, o protestada, sino que esa gloria llegó tras desorejar por partida doble a un buen toro, cierto es, pero al que él vio y cuajó una gran faena, plena de inspiración, completísima de principio a fin, medida, pues ya decía Juan Belmonte que el que quiera más, que vuelva al día siguiente, con esa premisa que siempre oímos a los que nos precedieron en esta increible afición, de que veinte muletazos bien dados bastaban para una gran faena.

Ayer Alejandro dio alguno más, pero no muchos más, pues su faena al toro Cacareo, de Núñez del Cuvillo, primero fue modélica y muy personal en cuanto a su planteamiento, y tanto o más en cuanto a su desarrollo, en cuanto a su profundo ser, en cuanto a su verdad, en cuanto a su pureza, en cuanto a la limpieza de los muletazos, y claro está, en cuanto a su belleza, porque en el toreo, cuando se hace de verdad, la belleza brota como un torrente, y con ella la emoción que todo lo inunda y colma de felicidad, como ningún otro arte, a quien es capaz de captarlo.

Pobres antis, ellos se lo pierden por asimilar un ser irracional al hombre. Que además vive como un dios durante cuatro años en un hermoso hábitat, la dehesa, a cuya preservación contribuye en grado superlativo. O sea, que gloria a un toro como Cacareo, y gloria a un artista como Talavante.

Era bonito ese cuvillo, tenía cuello y sus pitones apuntaban adelante. Suelto del capote, doblaba al revés cuando lo tomaba por el pitón derecho. Salió casi huido de la primera vara y se le cuidó en la segunda. Era un toro que hasta entonces se había movido sin clase y que se dolió en banderillas.

Talavante, últimante no es de muchas probaturas e inició la faena en redondo en el tercio, rodilla genuflexa, con el cambio de mano por delante y remató con el de pecho. Hubo una segunda serie con la diestra, profundos los muletazos, con algo tan paradimático en este torero como es el cambio de mano por la espalda y el natural muy largo, casi eterno, enroscándose el toro. Otra similar, profunda, sin toques que violentasen al animal y hacen menos meritorio el toreo, muy rematada. Al natural, el burel se fue quedando más corto. Pero llegó otra en la que tiraba Alejandro del toro, encajado, llevándolo hasta el final, de esas que crujen el alma. Y una tercera, a pies juntos, de frente los primeros pases, en la que era patente la belleza del pase natural, cuando son los vuelos de la muleta los que torean y rematan. Y la guinda, plena de expresividad, fue una serie con la diestra de rodilla genuflexa, perfecta, de precioso ajuste. Estocada y murió el cuvillo en el tercio.

Decir que fue una faena de un Talavante en sazón, inspiradísimo ante un buen toro, distinta a tantas que se ven hoy en día. Faena sin toques, con temple y ligazón, profunda, y divino tesoro, de mucha personalidad.

Si hubiera matado al quinto al menos habría cortado otra oreja. La lluvia, tremenda, había puesto el ruedo imposible. Fue también esa una buena faena en la que se vio a un Talavante enfibrado, encajado, que corría la mano con limpieza y mucha seguridad, en la que relucía ese remate del muletazo, que no tiene nada que ver con el de la mayor parte de la torería actual. Porque es en el remate donde reside el secreto de la ligazón, y también el que engrandece el toreo. Pero pinchó.

Lo de López Simón fue meritorio, y más si se contempla la deriva que ha seguido este torero. Cortó dos orejas, una y una que le abrieron también la puerta grande, pero nada que ver con lo del paisano. Paseó la primera porque es cierto que nunca volvió la cara a un sobrero del Conde de Mayalde, que tuvo nobleza pero al que le costó humillar, en el que resultó un trasteo un poco amontonado, con series más bien cortas pero en la que la emoción llegó tras dos volteretas, con la subsigiente paliza que recibió el madrileño. Oreja generosa.

El sexto fue un jabonero y con él estuvo mejor. Con el ruedo casi imposible, fue un trasteo algo desigual pero en el que hubo alguna serie de buen trazo cuando afloró el buen fondo del animal, que respondió por abajo.

Juan Bautista fue el encargado de abrir el cartel. Se movió y mereció mejor trato su primero. Hubo en la faena toda una vorágine de muletazos sin que en conjunto y como obra dijeran nada. Y en el barrizal y ante el cuarto, que tuvo nobleza, le hizo una faena a media altura, en la que lo más estimable fue encontrarle el sitio y las alturas, pero mal rematada con la espada.