TEtl otro día volví a Baños de Montemayor y subí de nuevo hasta la curva... la famosa curva de la 630. Esa herradura de asfalto, ese quiebro imposible, ese atentado contra la cordura que durante decenios avisó a los despistados de que ya estaban en Extremadura y que aquí, la carretera y la vida eran así de enrevesadas. Fueron tantos años de caravanas exasperantes, de ascensos angustiosos, de conducción incierta... Años infantiles de veraneos en Candelario, de visitas a los abuelos asturianos con la famosa curva interponiéndose... Años adolescentes de bachillerato en Zamora y otra vez la curva... Juventud de estudiante en Salamanca con la curva acechando... Veinte años en Galicia y la curva agotando la paciencia. Llegué a odiarla tanto que los viajes de vuelta navideños los hacía en la madrugada de Año Nuevo o de Reyes por ver si no me encontraba camiones en la curva.

Y ahora, ya ven, se ha convertido en una añoranza del pasado y cada vez que viajo a Baños, me acerco andando hasta ella y la cruzo, la paseo, la bajo, la subo, me siento en el banco donde se apostaban los expertos para ver maniobrar los camiones. Una vez, mi mujer estaba viviendo en una pensión del pueblo y vio cómo volcaba un trailer en la curva. Pero la patrona no se escandalizó: "¡Bah!, pasa a menudo". La curva ha quedado para hacer pedagogía y explicarles a nuestros nietos cómo era Extremadura. Aunque quizás no haga falta irse tan lejos. Bastará con acercarse a Cañaveral y decirles que en el siglo XXI, la carretera nacional aún pasaba por ahí y los extremeños ni se quejaban.