El robo que sufrió en Nochevieja, transmitido casi en streaming a todo el planeta, ha dado el último empujón a Goga Ashkenazi al escaparate de la oligarquía mundial. ¿A qué otra dama, si no, podrían haberle robado 3,6 millones de euros en joyas y otros 25.000 en efectivo que llevaba --atención-- en el bolso en un entra y sale de la casa que había alquilado en Punta del Este junto a --oh, sopresa-- Lapo Elkann, el heredero díscolo de la familia Agnelli?

Con este hurto, quedaba bien claro cuánto dinero tiene y con quién se relaciona esta kazaja de 32 años dueña de la casa de moda Vionnet y de inversiones de petróleo y gas en Kazajistán, y socialité hecha a sí misma que un día apareció de la nada y al siguiente intimaba con el príncipe Andrés y compraba al contado un mansión en Londres de 33 millones que le permite desayunar cada día caviar bajo un techo de hojas de oro.

Cómo esta mujer, hija de un ingeniero de Kazajistán, ha llegado a llevarse de pack de Nochevieja a un heredero cool y 3,6 millones en joyas es una historia sumamente interesante que, de momento, arroja más preguntas que respuestas y que permite muchas aproximaciones. Su vida podría glosarse desde el ¡Hola! y The Economist . Y desde la perspectiva de género, se podría decir que Lady Goga --"tiene cuerpo y cara de modelo", "cerebro de financiero" y "toneladas de encanto", se ha escrito a su paso-- refleja muy bien qué mecanismos funcionan aún en el mundo del poder masculino.

El poderoso de esta historia se llama Timur Kulibaev, yerno del presidente de Kazajistán y rey-oligarca del holding estatal del gas, petróleo, oro y uranio en ese país. Cuando se conocieron, ella estaba casada con el hotelero californiano Stefan Ashkenazi y había ejercido de analista financiera en Morgan Stanley. Lady Goga vivía en Londres desde los 13 años. Su padre, un ingeniero agrónomo que encabezó los programas agrícolas de Gorbachov, le pagó sus estudios de Economía e Historia en Oxford, donde conoció al hijo de un magnate indio que la introdujo en la jet internacional.

Cuentan que cuando Kulibaev la vio "se quedó prendado". Primero la contrató como relaciones públicas en Londres. Luego, en un momento sin concretar, se hicieron amantes y ella ganó un concurso en el corrupto Kazajistán para construir una infraestructura para la explotación del gas.

"No necesité inversión --dice ella--, solo 10 ingenieros. El dinero lo ponía el Gobierno. Me limité a contratar al ingeniero que había estado al cargo de estas infraestructuras en la antigua URSS y a usar mis conexiones". Tan bien las utilizó que, con sus compañías --Munaiz Gaz Enginnering Group y la asesoría MMG Global Consulting Group--, sigue sellando operaciones milmimillonarias en Kazajastán, y ahora se dispone a entrar en el sector de las minas de oro.

"Los medios gubernamentales y privados mantienen silencio sobre la relación entre Ashkenazi y Kulibaev porque arroja muchas preguntas incómodas sobre su acceso al sector del petróleo y a sus poderosos reyes", dice el empresario y opositor Bulat Abilov en alusión a ese dogma kazajo por el que en los campos de petróleo y gas del país no se puede hacer ni un agujero de taladro sin el consentimiento de Kulibaev.

Sus negocios permanecen en la sombra, pero no los dos hijos que tienen en común --Adam, de 4 años, y Alan, de 1-- ni el hecho de que han roto. "El quiere dedicarse más a su familia", ha explicado ella (nota: su "familia" es la hija del presidente y sus tres hijos).

Hay quien la ha llamado la nueva Holly Golightly , la chica de Desayuno con diamantes. "Nada de eso --dice el periodista Mark Hollingsworth--. Ella trabaja muy duro. Y es una oligarca genuina con una necesidad patológica de dinero y éxito".