Por primera vez en sus 25 años de historia, el Premio Príncipe de Asturias de las Artes ha recaído en la danza clásica. Un olvido que el jurado ha resarcido con una justa distinción a dos artistas: la mítica Maya Plisetskaya, que nació en Moscú hace 79 años y se nacionalizó española en 1993, por hacer de esta disciplina "una forma de poesía en movimiento", y la inquieta Tamara Rojo, madrileña de 30 años, por su "madurez interpretativa" como primera bailarina del Royal Ballet de Londres.

A Plisetskaya, la noticia le causó "una enorme alegría totalmente inesperada". El 20 de noviembre festejará su 80 cumpleaños con un homenaje en el Bolshoi de Moscú --donde triunfó con sus interpetaciones de El cisne y Romeo y Julieta , entre otras muchas--, así que el premio, dijo, es su "mejor" regalo. "Me siento feliz de que precisamente España aprecie mi aportación", añadió la que fue bautizada como la reina del aire. La coreógrafa expresó su confianza en que el galardón "suponga un impulso para el ballet español, cuyo desarrollo depende de la disposición y voluntad de la gente de trabajar en ello". Recordó que consiguió sentar "una base sólida para su desarrollo" cuando dirigió el Ballet Nacional de España entre 1987 y 1990, y se quejó del daño que pueden causar "los burócratas" al ballet.

Tamara Rojo declaró desde Seúl, donde se encuentra de gira con el Royal Ballet de Londres, que se siente "muy emocionada, pero sobre todo muy contenta por la danza española".

Después de tantos años triunfando cual profeta en tierras ajenas, aspira a que el premio ayude a que la danza en España logre el respeto que se merece.