Por el simple hecho de existir, un ser humano deja «una huella de carbono». Cada día nacen 200.000 personas, lo que supone un aumento de la población mundial de 80 millones de individuos por año.

«La población mundial debe ser estabilizada», manda un manifiesto contra el cambio climático firmado por 11.000 científicos hace unas semanas. La planificación familiar está entre las 10 medidas más eficaces contra el calentamiento, según el proyecto Drawdown. Pero hay una medida aún más eficaz, según esa iniciativa: educar a las niñas.

«La justicia social global y la emancipación de la mujer son las acciones más eficaces desde el punto de vista demográfico», afirma Julio Pérez Díaz, del Instituto de Economía, Geografía y Demografía (IEGD) del CSIC, en Madrid. Este experto alerta sobre algunos tópicos demográficos. En primer lugar, los países donde más crece la población, no son precisamente aquellos donde hay más contaminación por cápita, o sea los países ricos del norte del mundo.

En segundo lugar, la fertilidad lleva bajando desde hace décadas en todos los lugares del mundo, África incluida. El crecimiento de la población mundial se debe entonces a que mueren menos niños y la esperanza de vida aumenta. Al cabo de un tiempo, la población empezará a bajar.

CHINA Y VIETNAM / En tercer lugar, la reducción generalizada de la fertilidad no se debe tanto a las políticas de planificación familiar. «Esta reducción se ha dado tanto en China, donde existía la política de hijo único, como en Vietnam, donde no la había», pone como ejemplo Pérez Díaz.

«La fertilidad suele reducirse cuando las sociedades empiezan a transmitir a los hijos más de lo que reciben de ellos», explica. En las sociedades rurales, los hijos aportan recursos. Pero cuando las familias salen de la economía de subsistencia y dejan de explotar prematuramente a sus hijos, su estrategia pasa a hacer menos hijos e invertir más en cada uno de ellos. «Quien piensa que cuidando mejor a las personas vamos a tener más gente y contaminar más se equivoca mucho. La justicia social es más eficaz que la planificación familiar», resume Pérez Díaz. El demógrafo añade que una pieza clave de esta transición es la emancipación de las mujeres y su acceso a la educación.

«La cuestión no es cuántos somos, sino cómo consumimos», alerta Pérez Díaz. «Si no cambiamos lo segundo, podríamos tener la sorpresa de que, cuando la población deje que crecer, sigamos contaminando igual», concluye.