TStiempre me gustaron los jueves. Cuando trabajaba fuera de casa, porque el viernes aparecía a la vuelta de la esquina, y quedaban sólo unas horas de trabajo y otras de coche para estar con los míos. Entonces, los desplazados solíamos salir esa noche. Eran los jueves sociales, el anticipo del fin de semana, como un regalo de Navidad envuelto en papel brillante. También me gustan ahora que ya no vivo fuera. Acaban de pasar tres días de trabajo, queda sólo uno, y vienen asomando ya la mañana del sábado, tan prometedora, y la del domingo, hecha para el café tranquilo, el paseo sereno y las ciudades de provincia. A partir de hoy, éste será mi día en EL PERIODICO. Es 1 de diciembre. Empiezo mes y ocupación y lo hago en medio de la primera ola de frío, que, como siempre, ocupa titulares, como si no fuera normal pasar frío en invierno. Ya han empezado las nieblas. A lo lejos las luces de Navidad brillan desde el quince de agosto. Cada año antes. Pongo la radio. Los agricultores han roto negociaciones con el Gobierno, de nuevo la reforma educativa, la tormenta tropical hace volar a los turistas en Canarias.

Me había jurado no hablarles de educación, pero no puedo evitarlo. Entre la niebla, la reforma tiene los mismos contornos difusos que las luces. Y va a durar igual. O sea, más el alumbrado que la fiesta en sí, más las discusiones que su aplicación. El año que viene tendremos más de lo mismo. Otra Navidad y otra nueva ley de educación. Como los regalos de compromiso. Eso sí, envueltas en papel brillante.

Ya queda menos para el fin de semana. Feliz diciembre.