THta sido la Semana Santa de la euforia: los hoteles llenos, las colas en los restaurantes, las multitudes en las procesiones... La gente estaba contenta. Sólo en los ratos de despiste: al echar un vistazo al periódico, al pasar frente a un tanatorio, al ver una charca, una pared derruida, una ambulancia disparada... Sólo en instantes, por segundos, a fogonazos, se colaba un aldabonazo del poeta Rilke: "Vivimos despidiéndonos continuamente".

El Martes Santo, al mismo tiempo que el Mónaco eliminaba al Real Madrid, las sirenas comenzaban a ulular al sur de Cáceres. Tres jóvenes se calcinaban en ese momento empotradas contra una tapia. Pero no fue el único ulular siniestro en Extremadura. Las sirenas de la desazón han sonado en Llerena, en Torrejoncillo, en Malpartida, en Navalmoral... "Bellos cuerpos que la muerte tomará en juventud y hoy yacen bajo lágrimas en mausoleos espléndidos", escribía Kavafis. Hoy vuelven los niños a las aulas extremeñas, pero habrá pupitres vacíos.

La muerte incita a levantar el dedo de la culpa. Así nos rebelamos contra el azar y lo inexplicable. Que si la velocidad, que si una charca sin vallar, que si un fallo mecánico... Es una rebelión inútil porque el azar y el tiempo son dos tiranos inflexibles. Pero el tiempo se puede vaciar de esa euforia frívola que nos produce la Semana Santa abigarrada, se puede llenar con una mirada interior hacia tantas familias extremeñas destrozadas, se puede impregnar de León Felipe: "¡Silencio! Ante la muerte sólo vale el silencio...".

*Periodista