TAt raíz de la cuestión del burka he tenido la ocasión de escuchar y leer algunas opiniones de miembros del partido socialista que se oponían a cualquier tipo de debate y mucho menos de prohibición de esa forma de vestir. Lejos de mi la funesta manía de prohibir de la que la izquierda ha hecho gala en los últimos años. La prohibición no es nunca una buena actuación política, porque todo lo que hoy se prohíbe a la siguiente legislatura acaba autorizándose.

En el caso del burka, aplicado forzosamente a las mujeres observantes de una cierta visión restrictiva del islam, hay que matizar una vez más que no se está hablando del velo, sino de una prenda que es mucho más que una prenda. El burka no está regido por los dictados de la moda y, en consecuencia, no forma parte de la libertad de elección del guardarropa de las mujeres que lo llevan. El burka no es un signo de identidad, sino de sumisión. Pero eso ya está dicho. Lo que sorprende son los argumentos que la cúpula de los socialistas ha esgrimido para tener la fiesta en paz.

Hemos oído y leído que el debate del burka no es urgente. ¿Por qué no? Pues porque el burka no es en la actualidad ningún problema. Se preguntan los que se oponen a este tema: ¿cuántos burkas hay en las calles de cada municipio? Lo grave es que, de pronto, la ideología progresista renuncie al debate por la coyuntura inmediata. Veamos: durante años, el hecho de ser socialista significaba la asunción de algunos valores, entre otros el de la igualdad de los seres humanos y el de la emancipación de las mujeres. No hacía falta que los socialistas llegaran al poder para continuar encarnando esos valores. Su ideología era prístina y era uno de los acicates que llevaban a la gente a votarlos o a jugarse la libertad por aquellos principios. Pero ya ven.