Mira tú las contradicciones que tiene la vida: Fernando León hace famosa su camiseta de mercadillo y Chanel emite un comunicado para que se sepa que Penélope Cruz lució en la gala de los Goya, dos modelos, dos, de su colección de alta costura primavera-verano 2003: un modelito corto y negro para entrar en la sala y otro largo y blanco para salir a escena junto a Alejandro Amenábar. Sabemos también que Marisa Paredes iba de Sybilla; Leonor Watling de Valentino; Ana Fernández de Jesús del Pozo; Paz Vega de Gucci y Javier Bardem, de Armani. Pero, ¿de quién iba Fernando León de Aranoa? He aquí la gran incógnita. El premiado director, al igual que el olvidado Pau Donés, el de La flaca, pasa de la indumentaria. Donés, como se recordará, hizo célebre su camiseta con un Piolín que no se quitaba ni para dormir. León de Aranoa, que dicho sea para los suspicaces, es un genio, tiene un problema: cree que a su ética le sobra la estética.

Es curioso que los obreros que aparecen en sus películas --el premiado José Angel Egido, sin ir más lejos--, se pongan corbata para ir a buscar un trabajo y el director, no digo ya corbata, ni traje, por supuesto, pero para ir a buscar un premio, al menos, podría cambiarse de camiseta y, de paso, sujetarse el pelo con una goma. ¿Tanta renuncia a los principios supone colocarse una camisola negra? ¿Tanta concesión al establishment supone peinarse? ¿Es que para demostrar la progresía hay que hacer tal ostentación de desaliño? Entre la tontería de Penélope Cruz prestándose a llevar dos trajes de alta costura de Chanel y la tozudez de León de Aranoa con su camiseta mugrienta, debe de haber un término medio.