Tenían que abrirse al mundo y acabaron en minúsculas celdas con una palangana y una manta. China se sobresaltó dos años atrás con las tropelías descritas por los niños en uno de los cientos de centros de desintoxicación para adictos a internet que han brotado en el país. Esta semana conocía el desenlace: cuatro facinerosos han sido condenados por detención ilegal a penas que oscilan entre los tres años y los once meses.

La publicidad de la academia Yuzhang, en la provincia de Jiangxi, prometía que sus métodos endurecían el carácter de los adolescentes. Se supo después que incluían varazos con bambú, trabajos extenuantes y confinamientos solitarios en pequeñas y lóbregas habitaciones de hasta diez días. Once de los doce encerrados eran menores, según la sentencia. Yuzhang motivó una ley para ordenar un floreciente sector que recurría a todo: hipnosis, electrochoques, acupuntura, violencia camuflada de disciplina… Al menos cinco jóvenes han fallecido en la última década, según la prensa local. La ley prohíbe los castigos físicos y otras violaciones de los derechos humanos.

23 millones de adictos

China cuenta con la mayor comunidad de internautas del mundo y unos 23 millones de adictos a los juegos on line. Comparte el problema con todas las sociedades tecnificadas pero añade agravantes propios. La política del hijo único presiona a los jóvenes para cumplir las expectativas sociales y familiares así que interpretar a emperadores o míticos héroes funciona como un opio electrónico para evadirse de una cotidianidad bastante anodina y estresante. También es una vía de ingresos a través de la venta de contraseñas o ciberarmas a los más torpes o primerizos. Y es una oferta de ocio barata para los estudiantes.

No extraña, pues, que China lidere la lucha global contra el opio electrónico. En 2008, diez años antes que la Organización Mundial de la Salud, calificó esa adicción de trastorno mental. Consiste en el juego compulsivo que desatiende otros intereses como la familia y los estudios durante al menos un año.

China lo ha intentado todo y todo ha fracasado. Ha obligado a los usuarios a utilizar una identificación personal y aleccionado a los propietarios de cibercafés para que echen a los más constantes. El pasado año prohibió que los menores jugaran entre las diez de la noche y las ocho de la mañana en los días laborables y estableció una limitación de 90 minutos que se estira a las tres horas en fines de semana y vacaciones. Tampoco permite gastos superiores en las cuentas de juegos a 200 yuanes mensuales entre los 8 y 16 años y a 400 yuanes entre los 16 y 18 años. Y el presidente, Xi Jinping, ordenó recientemente un cumplimiento más escrupuloso para frenar la miopía juvenil, un auténtico problema sanitario del país.

En ese contexto han brotado las clínicas de desintoxicación que prometen curas con rigor castrense. Las hay de todo pelaje. Ninguna es más célebre que la de Tao Ren, un psiquiatra y militar que aplica la terapia con la que había tratado a alcohólicos y drogadictos. Consiste en un cóctel de medicinas, ayuda psicológica, ejercicio físico y actividades con los padres para fomentar la comunicación. Tao explicaba años atrás a EL PERIÓDICO en su centro a las afueras de Pekín que lograba un 80% de éxito en tres meses y que la prioridad era conectar a los chicos con su cuerpo y el mundo tras años de reclusión sedentaria. Se despertaban al alba y poco después ya trotaban en uniformes militares antes de proseguir con una agenda que descartaba el tedio.

Charlatanes

También abundan las clínicas dirigidas por charlatanes de bata blanca que juegan y ganan con la desesperación de los padres. Sus desmanes han sido detallados por la prensa en los últimos años así que urge preguntarse cómo los críos acaban ahí. Los progenitores de Deng Senshan firmaron un contrato con una clínica que contemplaba el castigo físico y el joven murió diez horas después de entrar por las palizas recibidas.

A las clínicas llegan los casos más serios: los que visten como sus personajes virtuales o hablan en jergas incomprensibles, eluden las pausas fisiológicas con pañales o agreden a sus padres si les cortan internet o les niegan el dinero para invertir en los juegos.

Trent Bax, autor del libro Juventud y adicción a internet en China, explica que los padres y las madres creen contar con la moral y la razón de su lado permitiendo los excesos con sus hijos en nombre de su futuro. La violencia, argumentan, es el precio por salvar sus vidas y la armonía familiar. Sostiene Bax que los jóvenes son víctimas de un ecosistema hostil y que reducir una sintomatología social a una anormalidad psicológica es bastante simplista.

«Un elemento que incentiva estos métodos de castigo para una rápida resolución del problema es el beneficio económico. Los funcionarios, profesionales de la salud mental, militares y empresarios pueden ganar mucho dinero gracias a los jóvenes y sus padres que se esfuerzan en navegar por las turbulentas aguas del confuso proceso de modernización china», concluye el autor del libro.