THtoy, mire usted por dónde, me he cruzado con el hombre-solución. Como no llevaba las gafas de cerca no sabría decirle si era así o asá, de lo que sí me di cuenta es de que era barrendero. Tampoco es que yo sea un lince, es sólo que el tipo llevaba chaleco refractario, carrito de escobar y barría la calle con su escobón de reglamento con un esmero hijo de la buena conciencia o de la vocación. Hacía el hombre su labor en hora punta y en una avenida de lo más céntrica, por lo cual a su vera cruzaba un río de gente que dejaba a su paso un rastro de colillas y otras lindezas. Pero el buen hombre ni se inmutaba. Seguía, calmo, moroso, concienzudo, a lo suyo. Y lo suyo era un metro cuadrado; eso sí, un metro que dejó como la patena. Luego, sin mirar siquiera al tendido, avanzó otro metro y volvió a enfrascarse en su tarea de perfeccionista. A mí, esta forma minuciosa de trabajar me tenía cautivo, lo cual, por otra parte, tiene su lógica puesto que hoy precisamente es la fiesta de la Merced, patrona de los cautivos. Pero yo entonces no pensé en esta relación, lo que pensé fue en sentarme en la terraza de un café y seguir mirando el avance implacable de mi hombre. En la mesa de al lado, unos tipos comentaban el cuarto gran fiasco de la bolsa española. Por la tele hablaban de la intentona del Consejo de Administración de RTVE de imponer su propia censura. La prensa, ni me atreví a abrirla. Un panorama de corrupción, crisis, egoísmo. En realidad, me dije, si estamos metidos en este lío es porque nadie limpia su metro cuadrado con el sentido del oficio y del deber con que lo hace ese hombre. Por el contrario, creímos poner nuestros intereses en manos de profesionales y caímos cautivos de unos simples piratas. Que la Virgen de la Merced nos proteja.