Miguel tiene montones de microinfartos en su cerebro. Hace dos meses se los detectó el neurólogo. "Miguel, usted ya tiene 80 años, así que para su edad, ¿qué más puede pedir?". Miguel asintió con la cabeza, con esa misma cabeza de venas malheridas que aún no le han hecho perder la consciencia. Entonces pensó. Sí, pensó porque aún puede pensar. Y se dijo a sí mismo que la vida es una putada, porque da igual que tengas 20, o 40, o 60 u 80, que tener plagada tu frente de tantas heridas es una crueldad, lo mires por donde lo mires.

Miguel vive con Mari Carmen. Viven juntos hace 52 años. Y se aman. Se aman mucho. Se aman ahora más que nunca porque se necesitan más que nunca. "Ay, Mari Carmen, y si te mueres tú, ¿qué hago yo solo?", le pregunta. Ella le responde como siempre: "Venga, Miguel, no digas más tonterías y termina de comer la mandarina, que las compré el otro día".

Miguel deshoja los gajos de la mandarina como deshoja las hojas de la margarita de su vida. Entonces sonríe y le dice a Mari Carmen: "¡Qué guapa estás cuando te pintas los labios de rojo, joía!". Siguen confinados en un tercero sin ascensor. El Ayuntamiento de Cáceres les prometió que iban a poner uno en su edificio, "pero ahora con el coño virus este la cosa está complicá", dice Mari Carmen, que contesta con obediencia a todas las preguntas. Ella no se escabulle, como hacen los políticos, ella es una tía valiente y no hay formulario periodístico que se le resista.

"Ahora hacemos gimnasia en el salón. La hacemos cuando termina la misa de 13 TV". ¿13 TV? "Déjese de pamplinas, si todos son iguales", zanja. Realizan ejercicios de piernas, mueven las manos con una pelota de goma que les regaló su nieto de 22 años. "Acaba de terminar un máster. ¡Es más guapo! Fue el primero de nuestros cuatro nietos. Yo estaba loca con él. Le preparaba la comida, lo recogía del colegio, porque los padres estaban todo el día trabajando. Así que no he tenido descanso. Por las tardes lo llevaba al parque. Un día me dijeron que si era mi hijo. Y me puse como loca pensando que aún estaba yo de buen ver. Siempre le compraba guarrerías en Sánchez Cortés. Ahora esa tienda de mi calle la han cerrado. Bueno, como todas las del barrio".

'Cerrado', cuelga el cartel escrito a mano del establecimiento de golosinas más famoso de la ciudad. Desde el salón Miguel pregunta: "¿Qué día es hoy?" No es demencia, es que de pronto todos hemos dejado de saber qué día es hoy.