La casa está en calma. Más allá de los cristales empañados, la helada ha dibujado un cuento de Navidad, un paisaje blanco de silencio no interrumpido por los coches. Es temprano, y el pasillo empieza a oler a café recién hecho y tostadas. El árbol brilla aún, al lado del Belén, pero mañana sin falta habrá que quitarlo, buscar su caja de cartón, reconocer el olor de la nostalgia. Pero eso será mañana porque el día de hoy acaba de comenzar, con estas horas de regalo para la lectura y el sosiego. Todo está en orden. Los regalos, en el salón, las galletas de los Reyes mordisqueadas apenas; el pienso de los camellos, el agua para su largo viaje. Sin lavarte la cara, pasas revista a todo, por si se hubiera escapado algún detalle, pero no, el trabajo ha sido impecable, igual que en todas las Navidades. Nada ha salido mal, ni la cena de empresa (qué aburrimiento esperar a los postres para escuchar discursos trillados), ni las reuniones de familia peores que unos ejercicios espirituales de autocontrol, ni la saturación de las calles pateadas en busca del último regalo. Ya acabó todo, no quedan más cenas, ni más compras ni más hipocresía. Esta mañana que acaba de empezar, trae un soplo de tranquilidad y esperanza. Hemos sobrevivido a la Navidad, piensas antes de que la casa se llene de risas y gritos de asombro. Mañana habrá que limpiar, pero hoy, por fin con los tuyos, sin purpurinas ni lentejuelas, a punto de ver la cara de unos niños ilusionados, sientes que estás a salvo, que después de la vorágine, vuelve otra vez tu vida. Y que te gusta. No es mal regalo de Reyes para un largo año que empieza.