Extraña palabra que se identifica con un pueblo, que sufrió persecuciones de las que algunos de sus miembros parecen haber perdido la memoria, y levantan muros y persiguen a otro pueblo, ajenos a su desesperación, como si nunca les hubieran dolido sus cicatrices.

Comenzó en el siglo VI a.C., cuando Nabucodonosor deportó a los judíos a Babilonia, después de destruir Jerusalén. Desde entonces, el pueblo errante se cobijó en otros pueblos, y soñó con el momento en que pudieran volver a reunirse.

Diáspora. Extraña palabra, que encierra tanto dolor a pesar de ser tan hermosa.

Pero hay otras diásporas. Algunas no tan sangrientas, pero sí dolorosas. Los que vivimos fuera de nuestra tierra, lo sabemos muy bien. Los que abandonamos nuestras casas, nuestra infancia, nuestros olores y nuestras tardes de verano, para buscar en otros pueblos el futuro que no podíamos encontrar en el nuestro. Los que nos reunimos en torno a otros paisanos, que sufren la nostalgia con la misma intensidad que nosotros, y celebran nuestras fiestas como si un trozo de nuestra tierra hubiera viajado con ellos. Las Casas de Extremadura de Leganés, Parla, Móstoles, Alcorcón, Fuenlabrada, y Getafe, son sólo algunos ejemplos de la capacidad de muchos extremeños que salieron de la región, cuando todavía no era lo que es hoy, y que conservan su cultura, su manera de hablar, sus bailes, su Virgen de Guadalupe, y sus ganas de volver.

Felicidades a todos ellos, y felicidades a los que tuvieron el privilegio de quedarse.

Desde la diáspora, donde el 8 de septiembre también sabe a Extremadura.