Todas las semanas limpiamos la casa y todas las semanas aparece bajo el sofá una bolita de mugre. Mi mujer dice que las trae el aire acondicionado pero yo creo que se engaña, que la bolita es siempre la misma, que se escapa del cubo de la basura y se mete ahí debajo para volverme loco. Según mi mujer, lo mío no tiene nombre, aunque según mi psiquiatra sí que lo tiene, uno muy raro y muy feo. Y digo yo que, si por tan poca cosa piensan que me estoy volviendo tarumba, qué pensarían si les confesara que esto es sólo la punta del iceberg, que en realidad me encuentro a la dichosa pelotita por todas partes, en la tele, en los periódicos, en cada canal, en cada noticia, convertida en bolita de buitres, listos, especuladores y pedófilos, con perdón, que amargan al más pintado la sensación de vivir en un mundo limpio. Y esto no es que me pase a mí solo, no crean. Conozco a un tipo de izquierdas que dice que cada vez que mira bajo el sofá del partido se encuentra la misma pelotita de taurinos, sacristanes, cofrades, antiabortistas, conservadores de medio pelo, que no se explica de dónde salen. Del aire acondicionado le digo yo por eso de que los maridos repetimos en los bares lo que oímos en casa. Pero no funciona. El aire acondicionado sí, entiéndame usted, lo que no funciona es mi estrategia de consuelo. Y eso que le digo que no es nada personal, que si fuera de derechas daría lo mismo, que levantaría el sofá y se encontraría con la misma bolita, pero con el jersey sobre los hombros. Lo que hay que hacer, pienso yo, es no desanimarse. Limpiar cada poco y someter a la mugre a los fondones del sofá. Pero es que hay días, dice mi amigo, en que la dichosa pelotita es más grande que el sofá. De seguir así, un día hasta la nombran Bien de Interés Cultural.