Hay realidades que no solo superan a la ficción, sino que se alejan de ella de tal forma que no podríamos novelarlas, pero tampoco describirlas sin descubrir de inmediato la naturaleza de los hechos: una realidad espantosa y cruel que no puede ser producto de la imaginación, sino de la maldad de algunas personas.

Sucedió en Huelva el miércoles pasado, un hombre mató a su mujer asestándole dieciocho martillazos en diferentes partes del cuerpo. ¿Puede darse mayor acto de maldad?

Lo dijo Bebe en la canción que la hizo famosa, malo, malo, malo eres, no se mata a quien se quiere. ¡No!

Y tenía razón, el que mata nunca quiere, el que mata a su pareja lo hace porque no ha querido nunca, porque confunde el amor con la necesidad de poseerla como si fuera un objeto más de su propiedad. El que golpea dieciocho veces con un martillo no puede escudarse después en un sentimiento que jamás admitiría el daño del otro.

¿Hasta cuándo tendremos que seguir sumando víctimas al recuento de semejante barbarie? ¿Hasta cuándo escucharemos, después de cada mujer muerta, cómo se extrañan los vecinos cuando hablan del maltratador, porque les parecía una persona normal ?

Pero, en una discusión normal , no se saca un martillo. El hombre que mata a martillazos ya era malo antes, ya había amenazado antes, ya había gritado. ¿Dónde está la normalidad? ¿Nadie les había escuchado? ¿Nunca hubo un insulto, una prohibición de salir, una humillación? Tuvo que haberlos. Pero, lamentablemente, estos toques de alerta, todavía se consideran normales en algunas realidades.