TNto siempre puede ganarse el pan con el sudor de la frente. Ahora menos que nunca, el limitado nunca que mi madurez abarca. Sin duda ha habido épocas peores, pero, en la lucha por el sustento, la que nos vemos obligados ahora a transitar es la más penosa, incluso diría trágica, que he podido conocer. El pan bíblico viene con relleno no de esponjosa miga, sino de la dura metralla de la hipoteca, la factura de la luz, del agua, la comunidad, el IBI, los números rojos y un etcétera más o menos largo dependiendo de las necesidades que cada amanecer plantea. La lavadora que se estropea, las gafas que necesitan ser cambiadas, los pies de los niños que crecen y precisan ir calzados, el padre o el hijo que demanda ayuda, el gasto del entierro de a quien la vida no le permitió contratar un seguro que no cargara más a los familiares afligidos. Yo qué sé. Mil y una contingencias a las que estamos expuestos por el hecho de haber nacido. Un pan vestido de corteza del color del cordero que esconde en su interior los afilados dientes del lobo. Ese es el sustento que es preciso ganarse con el sudor de la frente. Y suda, bien le suda la frente a miles de personas y no a causa del trabajo sino de su infructuosa búsqueda.

Miro a los jóvenes que dedican el verano a prepararse en la brega de la profesión que han elegido. Los miro y pienso en la alta probabilidad de que aquí acaben sus sueños.

He hablado con una chica que hizo sus prácticas hace algún tiempo. Ya en la treintena solo ha realizado trabajos dispersos, los años se le vienen encima y lo que creyó alcanzable ha devenido en quimera.

Quisiera que todo esto fuera producto de una mirada descorazonada y pesimista, que colores menos sombríos pintaran la realidad, que los dientes del lobo no aguardaran escondidos.