Más allá de especulaciones y debates sobre el futuro de la edición genética, los animales diseñados en los laboratorios ya son una realidad. Los mosquitos creados para frenar la transmisión de enfermedades como el dengue o la malaria no son el único ejemplo. Actualmente, ya fuera de los laboratorios, se pueden encontrar muchas especies modificadas para adaptarse a las necesidades humanas. Existen, por ejemplo, peces decorativos que gracias a la anexión de genes de medusa o anémona pueden brillar en la oscuridad. Vendidos desde los 90 bajo el nombre comercial de Glofish, destacan ahora como otro de los focos de debate. Cuando el objetivo de los experimentos no es tan noble como el de salvar vidas humanas, ¿está justificada la modificación de estos animales?

La industria alimentaria, sin ir más lejos, lleva décadas trabajando en animales que se adapten mejor a las rutinas de consumo. Es el caso, por ejemplo, de vacas rediseñadas para que no tengan cuernos y así evitar el costoso y doloroso proceso de descornado. O cerdos resistentes a enfermedades que cada año acaban con la vida de cientos de miles de cabezas de ganado. También hay trabajos centrados en la creación de animales cuya leche sea más fácil de digerir para los humanos. O carnes que produzcan menos intolerancias. El debate sobre los animales diseñados a la carta acorde a los gustos humanos despierta reacciones contrarias. El filósofo moral Eze Paez, por ejemplo, argumenta que, en estos casos, la inversión de tiempo y recursos no está justificada si el fin es la explotación animal. «Tendría más sentido invertir en alternativas a la carne que no crear nuevas especies para enviar al matadero», explica. El investigador Lluís Montoliu, en cambio, defiende la utilidad de estas modificaciones. «Estos animales pueden mejorar el funcionamiento de la industria y así alimentar a más personas», comenta.

Transparencia

Sea cual sea el posicionamiento en este debate, Montoliu insiste en hacer hincapié en una cuestión fundamental. «Hoy en día la experimentación animal es un proceso transparente y muy regulado desde el punto de vista ético. Más allá de cualquier debate, creo que este es un punto que la sociedad tiene que tener muy claro», recalca el autor de Editando genes: recorta, pega y colorea, un libro de sobre las herramientas de edición genética y sus presentes y futuras aplicaciones. Antes de trabajar con un ratón de laboratorio, diseñado para servir como modelo de estudio, hacen falta unos cuatro meses de trámites burocráticos y la aprobación de tres comités éticos independientes. Estos filtros garantizarían que la ciencia ya no avanza de espaldas a las preocupaciones morales. Paez también recalca la importancia de que «los avances científicos siempre estén enfocados a beneficiar a los individuos más vulnerables, sean de la especie que sean».