Hace hoy medio siglo, un cohete despegó de Cabo Cañaveral y dio inicio al viaje que llevó por primera vez al hombre a un cuerpo celeste distinto a la Tierra. Fue una gesta llevada a cabo con poco más que papel y lápiz, y ordenadores que no llegaban a la potencia del smartphone más primitivo. Hoy la tecnología es infinitamente superior. Además, más actores se han sumado a EEUU y Rusia en la carrera espacial, empezando por Europa y China. A ello hay que añadir que cada vez más iniciativas privadas reclaman su papel, como la empresa de cohetes SpaceX.

Como de costumbre, las intenciones del presidente de EEUU, Donald Trump, son bastante confusas, aunque sus últimas manifestaciones al respecto, vía Twitter, sugieren que pretende que unos astronautas lleguen a la Luna en el 2024, es decir, dentro de su posible segundo mandato. Sus declaraciones sugieren que el satélite sería una etapa intermedia para la llegada del hombre a Marte.

No obstante, los expertos coinciden en que es difícil que alguien regrese a la Luna en un plazo tan corto. El ingrediente que falta es el incentivo representado por la guerra fría. De todos los actores implicados, ninguno parece estar preparado para un reto tan caro y arriesgado.

MENOS MOTIVACIÓN POLÍTICA/ «Me sorprendería ver a una persona en la Luna en menos de 10 años», afirma Haym Benaroya, ingeniero aeroespacial de la Universidad de Rutgers (EEUU) que ha dedicado parte de su carrera a proyectar viviendas lunares. «Hay menos motivación política. Hoy, como hace 50 años, la gente tiene muchos otros problemas. Pero hoy no hay un JFK [John Fitzgerald Kenney] capaz de motivar a la gente», afirma.

«El ambiente es muy distinto. Los jóvenes no se acuerdan de cómo nos aterraba la guerra fría. El factor miedo fue un incentivo enorme. Nada de eso existe hoy. Nadie decidiría ir a la Luna por razones geoestratégicas», coincide Roger Launius, exhistoriador jefe de la NASA. «La motivación principal en los años 60 fue la guerra fría. El programa Apolo fue una demostración de la capacidad de EEUU. Su audiencia era el resto del mundo», prosigue. «Había muchas naciones emergentes y excolonias: ¿de qué lado iban a estar en la guerra fría? Si la Unión Soviética hubiera ganado la carrera espacial, ¿habría ganado también la guerra fría?», añade.

Entre 1962 y 1972, el programa Apolo gastó 25.000 millones de dólares (más de 100.000 millones de euros actuales) para poner en la Luna a seis equipos. Tras el cierre del programa hubo otros tres conatos de vuelta a la Luna. En 1979, el Space Task Group (formado por el presidente Richard Nixon para decidir qué hacer después del programa Apolo) sugirió la creación de bases lunares, entre otras ideas. Pero el presidente eligió apostar por el Space Shuttle. En 1989, George Bush padre anunció la Space Exploration Initiative, que incluía ir a la Luna y a Marte, pero luego no la financió. En el 2004, George Bush hijo informó de la jubilación del Space Shuttle y de la intención de volver de nuevo a la Luna, pero tampoco asignó suficiente presupuesto. Luego Barack Obama archivó el plan.

La pregunta para Trump es sencilla, según Launius: ¿pondrá el dinero necesario en el proyecto? «El presidente ha incrementado el presupuesto de la NASA, pero ¿es suficiente para [volver a la Luna] dentro de su administración?», pregunta Benaroya.

Además de EEUU, quien ha planteado la vuelta a la Luna es China. El país asiático envió este año un robot (el Chang’e 4) en el lado oscuro del satélite. En el 2003 lanzó el primer humano al espacio. «Los chinos se tomaban esta cuestión muy en serio antes de sus problemas económicos actuales», afirma Benaroya. «Sin embargo, no me ilusionaría demasiado ante la posibilidad de que China logre unos resultados excepcionales», replica Launius, que constata que la NASA puso en vuelo muchas más misiones.

MOSCÚ SIGUE AHÍ / Este historiador invita a no infravalorar el papel de Rusia en la actualidad. «No diría que Rusia se ha echado atrás. Incluso los EEUU están usando el cohete Soyuz ahora», observa. De hecho, tras la jubilación del Space Shuttle, EEUU ha recurrido a este vehículo ruso para llevar humanos a la Estación Espacial Internacional.

El espacio se está volviendo multilateral. «Hay nuevos actores: de la India al Brasil, de Nigeria a México», observa Frans von der Dunk, investigador del programa Espacio en la Escuela de Derecho de Nebraska. El unilateralismo de Trump «incrementa las posibilidades de un conflicto -afirma von der Dunk- pero eso no implica enviar humanos a la Luna: la guerra espacial se hace mejor con robots o métodos cibernéticos».

Launius observa que el presupuesto militar y el de la NASA son separados y que la militarización del espacio deseada por Trump no implica repetir la gesta del 1969. «No tememos a los chinos de la misma forma en que temíamos a los rusos», resume.

Además del multilateralismo, el otro gran cambio en el espacio es la irrupción de actores privados. Empresas como Space X y Virgin Galactic han demostrado su capacidad de transporte humano. Boeing y Lockheed también se han posicionado en el negocio espacial. «Pero hasta ahora no ha habido un gran retorno económico», afirma Benaroya. «Esas empresas viven de trabajar para el Gobierno. De momento, el gran negocio privado son los satélites comerciales [y no el vuelo espacial humano]», prosigue. Benaroya no ve a un privado enviando humanos a la Luna, pero quizá sí una estación espacial privada en el medio plazo.

«Estas empresas no son nada más que contratistas del Gobierno. Hay componentes comerciales, pero sigue siendo en su mayoría una empresa gobernativa», coincide Launius. Según estos expertos, hay mucho que hacer en el espacio, pero volver a la Luna no es lo primero en la agenda.