A veces es un olor; otras, una imagen; en ocasiones, un lugar. Son pequeñas chispas que despiertan recuerdos dolorosos que permanecían, en estado de duermevela, en el cerebro de las personas que han sufrido una agresión sexual. Lo mismo ha sucedido con la indulgente sentencia contra la manada, que ha reabierto las heridas de las víctimas. Es la revictimización.

Señales físicas o decisiones judiciales cuestionables disparan las alarmas. «La agredida puede entrar incluso en un estado de pánico que le impide salir a la calle. Se apodera de ella un miedo atroz porque al cerebro le cuesta distinguir si vuelve a estar de nuevo en una situación de peligro». Esto es lo que explica Violeta García, psicóloga de la Asociación de Asistencia a Mujeres Agredidas Sexualmente (AADAS), una de las entidades que, a nivel nacional, conforman la Federación de Asociaciones de Asistencia a Víctimas de Violencia Sexual y de Género (FAMUVI), siendo el salvavidas de víctimas de abusos y agresiones sexuales para ayudarles a romper el silencio. El embrión de muchas de estas oenegés se gestó cuando un grupo de mujeres y además víctimas decidieron no resignarse ante la injusticia. «Decidimos no aguantar, no callarnos, no rendirnos», proclaman. En definitiva ser supervivientes.

Las mujeres que cada año llegan a estas entidades noqueadas por el dolor y la humillación tienen la sensación de ser diferentes a las demás, «como si llevaran un cartel alertando de que han sufrido una agresión», señala García. «El sentimiento de soledad, desamparo y dolor es tan grande que se sienten excluidas por la sociedad», relata. Porque, precisamente, la violencia sexual suele ocurrir así, en soledad, en un momento y un lugar donde no hay nadie.

CÓMO ABORDAR LA AGRESIÓN / «La violación es el atentado más grave contra una persona», apunta Gloria Escudero, coordinadora de la asociación. Borrar sus huellas requiere un esfuerzo titánico. Las afectadas abordan la agresión de dos modos: «O lo aparcan totalmente o bien hacen un gran esfuerzo para lidiar con eso en su día a día», resume García. Los efectos que causa son devastadores: trastornos del sueño, alimentarios y de conducta, pesadillas, ataques de ansiedad, estrés postraumático. «Hay rechazo a tu cuerpo, sientes que está contaminado por la suciedad, que está manchado», explica la psicóloga. Víctimas que se mortifican, que intentan buscar una explicación a lo ocurrido, que se culpabilizan con frases como ‘si no hubiera ido…, si yo hubiera estado…, si yo no hubiera aceptado la invitación…’».

En la asociación les hacen ver que hay más mujeres que pasan por el mismo trance, que no es un problema personal «de cómo piensa, de lo que ha hecho o ha dejado de hacer». En la asociación les resitúan y les sacuden el lastre de la culpa con una mirada de color violeta. Hay otro tipo de mujeres a las que la agresión les hace enmudecer, se niegan a verbalizar lo sucedido, es como si pasaran un duelo. Cuenta García que las afectadas lo explican así: ‘Lo tengo encerrado en un cajón o lo he metido en una caja’».

El dolor resulta tan desgarrador que para empezar a amortiguarlo deben pasar entre seis meses y un año como mínimo y, además, con terapia. La normalización de las relaciones sexuales es el último peldaño que se supera en este proceso.

El sufrimiento tras la violación tiene intensidades. Depende de si el agresor es un desconocido o una persona cercana, si ha sucedido más de una vez o ha sido puntual o si la agresión es grupal como el caso de los cinco depredadores de la manada. Las terapias se alargan si el agresor es alguien del entorno de la víctima y también si las vejaciones se prolongan en el tiempo. «Si la violencia sexual se repite, la recaída es muy dura».

LA REALIDAD JUDICIAL / En las violaciones grupales la humillación se hace aún más insoportable porque «el mensaje que recibe la víctima es de la complicidad y aceptación de esa violencia por todo el grupo. Un acto socialmente aplaudido por los agresores», sentencia Escudero.

El fallo judicial benevolente para los agresores de La manada ha abierto la caja de los truenos para las víctimas que han pasado ese trago. El sentimiento más extendido ha sido la rabia, explican en la oenegé, pero también el dolor y solidaridad con la agredida en Pamplona y la sensación mayoritaria de que «lo sucedido a la víctima de La manada también les ha ocurrido a ellas», afirma Violeta García. Y añade: «La sentencia ha puesto de manifiesto la realidad, que el sistema judicial no funciona para las denunciantes».

La denuncia de la agresión abre, explican, una investigación cuyo centro es la víctima con preguntas injustificables como: «¿Tú disfrutaste, tú aceptaste una copa, bebiste, cómo era de corto tu vestido?», explica García, que ha sido testigo de estos interrogatorios. Critica, no obstante, que eso no ocurra cuando te roban el bolso, nadie pregunta si era bonito, si lo controlabas... «El proceso judicial tiene un papel decisivo en la recuperación», añade. «¿Cómo puede sentirse una mujer abusada si al acudir al juzgado a ratificar la denuncia le preguntan si se había corrido?», afirma García presente en el interrogatorio.