La abuela Lola viste una bata fresquita que de lejos parece hecha con la piel de una cebra. La abuela Lola espera a sus hijos en la rotonda cargada con una bolsa rebosante de merenderas, una nevera de colores vivos y una panera por donde asoman baguetes y chapatas. La abuela Lola se ha puesto la batita blanquinegra, el sombrero de paja y esos zuecos tan buenos que le respetan las durezas y las uñas rebeldes. La abuela Lola es feliz porque de un momento a otro, el monovolumen de su hija aparecerá en la rotonda y partirán rumbo a la parcelina.

Cuando murió su madre, la abuela Lola se repartió la herencia con sus hermanas y le tocó la hectárea de la concentración parcelaria: un terrenito de secano muy aparente, con agua y todo, que queda por Sierra de Fuentes, a 15 minutos de la rotonda de casa. También heredó cuatro duros con los que levantó un chamizo con tejado de uralita, poyo para cocina, pila para fregar, chimenea para el invierno y cuarto de baño para hacer cómodamente lo más necesario. Después plantó unos árboles, excavó un pozo ciego y descansó feliz.

PATATAS FRITAS La abuela Lola lamenta no haber aprendido a conducir a su debido tiempo. Si lo hubiera hecho, ahora podría acercarse a la parcelina cada vez que le apeteciera. Afortunadamente, su hija pequeña es muy buena y la lleva cada domingo. Al marido de la hija le gusta eso de tomarse cervezas en el campo y leerse EL PERIODICO con un plato de patatas fritas delante. Así que se lo llevan, lo miman con bolsas de El Gallo sin sal, que son las que le gustan, y mientras lo mantienen entretenido, la abuela Lola y su hija hablan de los árboles, de las cuñadas, de los nietos y de lo que salga.

En la parcelina se está bien. En otoño se escuchan los graznidos monocordes de las grullas. En los mediodías soleados de invierno han llegado a ver jabalíes a lo lejos. En primavera se entretienen con el cortejo de las abubillas y en verano... Bueno, en verano no les queda más remedio que ir cuando el sol ya declina porque si no, se asfixian.

En pocos años, Extremadura entera se ha convertido en una gran parcelina. Al llegar el domingo, Don Benito se vacía porque todo el mundo se traslada a su campito o al campito del vecino o del pariente. La carretera de Almendralejo a Badajoz es un frenesí de parcelinas durante diez kilómetros. En Coria, han tenido que cerrar algunos chiringuitos del río porque se ha impuesto la tradición de comprar las chuletas, el churrasco, las copas y las cervezas en el híper el viernes y perderse en la parcelina de sábado a lunes. Y claro, ya no se estila bajar a los chiringuitos.

Las parcelinas, además, tienen su piscina: ya sea de obra, ya sea una pileta plástica portátil. El caso es refrescarse. La abuela Lola no tiene alberca ni piscina, pero por su cumpleaños le han regalado una manguera último modelo que no se atasca y refresca con primor.

La abuela Lola tiene otro hijo y otra hija, pero ella acude los fines de semana al Club de Tenis y él tiene un adosado con piscina de mosaicos incluida. Y en fin, lo de la parcelina les parece un tanto rústico. A veces, en el cumpleaños de la abuela Lola, en el día de la madre y en otras fechas señaladas, no les queda más remedio que acercarse por la parcela y celebrar allí la comida familiar.

Entonces aparece la cuñada Thermomix , una señora funcionaria del grupo B que ha sido abducida por la nouvelle cuisine y llega a la parcelina cargando con tupperwares de paté de cangrejo con cebollinos, de ensalada templada de cardamomo con pollo picantón al Pedro Ximénez, de tortilla de foie, setas y rúcula.

A la abuela Lola, estos platos le saben todos igual, pero ella los alaba con profesionalidad de suegra. La hija pequeña dice que qué rico, sin más, y el cuñado lector pasa directamente porque a él, además de las patatas fritas El Gallo y EL PERIODICO, lo que le van son los filetes empanados, la tortilla de patata jugosa con cebolla y el gazpacho. O sea, el auténtico menú de parcelina.

Los domingos de festejo, también se digna a comparecer el hijo empresario. Sí, el del adosado con piscina de mosaicos. Para resumir, diremos de él que es un entendidillo. Antes entendía de coches, luego se recicló y se especializó en informática. Se pasó a continuación a los teléfonos móviles y ahora no deja de hablar del ADSL y del vino Ribera del Duero. Y así, entre la ensalada de picantones, la tortilla, el ADSL de Wanadoo y el Pesquera crianza, se pasa el día de fiesta y la abuela Lola regresa a casa orgullosa de sus hijos y de su parcelina.