La compleja y minuciosa maquinaria médica puesta en marcha para llevar a buen puerto el trasplante de tráquea de Claudia Castillo estuvo a punto de naufragar por culpa de un detalle menor. La operación exigía un esfuerzo de coordinación entre el Hospital Clínic de Barcelona y las universidades de Bristol, Milán y Padua, pero no fue eso lo que falló; exigía un rigor especial para sacar adelante algo que nadie había hecho hasta ahora, y eso tampoco falló. El Clínic acaparó ayer portadas por llevar a cabo el primer trasplante de tráquea con células madre, pero lo cierto es que el éxito de toda la maniobra pendió en momentos cruciales de un hilo... un hilo que sujetaban las manos nerviosas de las azafatas de Easyjet.

Ocurrió en el aeropuerto de Bristol. El estudiante alemán Philip Jungerbluth había sido designado para transportar a Barcelona las células madre (ya cultivadas) obtenidas de la médula ósea de Castillo. El profesor Anthony Hollander, uno de los responsables del proyecto, había confirmado con personal de la aerolínea, pocas horas antes, que no habría problema para hacer el traslado, pero una vez frente al mostrador Jungerbluth se encontró con que no lo dejaban embarcar. "Dijeron que no podían admitir el material porque podía tratarse de algo peligroso", explicó Hollander.

HORAS DE ANGUSTIA El reloj empezó a correr: una vez fuera del laboratorio donde habían sido tratadas, las células madre tenían un plazo máximo de 16 horas para llegar a Barcelona. "Si no hubiéramos podido hacerlas llegar en esas 16 horas --declaró Hollander a la BBC-- se habrían perdido años de trabajo y la operación no se habría llevado a cabo". En ese momento llevaban media hora fuera del laboratorio. "Llegamos a pensar en conducir hasta Barcelona, pero habríamos tardado demasiado", dijo Martin Birchall, otro de los científicos involucrados. ¿Qué hacer? La solución la propuso Jungerbluth. El estudiante.

"Philip conocía a un cirujano torácico alemán que suele volar --recordó Birchall--. Tuvimos un par de conversaciones con él y en dos horas ya estaba en Bristol con su jet privado". Aunque luego la universidad le reembolsó el dinero, Birchall tuvo que sacar en ese momento 14.000 libras de su bolsillo (más de 16.700 euros) para pagar el chárter. Las células llegaron a tiempo y la operación pudo llevarse a cabo.

Ahora al hacerse público lo sucedido, y tras ignorar las quejas de Birchall, la aerolínea ha divulgado un comunicado: "No tenemos información de la petición de un pasajero para llevar material médico a bordo. Pero, como gesto de buena voluntad, Easyjet ha reembolsado al pasajero el coste de su vuelo". En otras palabras: no es culpa nuestra, pero igual nos sentimos culpables.