TNto han querido que su dolor secuestrara los pasos que debían darse. Cincuenta y tres muertos y numerosos heridos física y mentalmente. Son las víctimas del terrorismo en Extremadura. Tan lejos del origen del conflicto, pero tan cerca de sus consecuencias. Quienes lo sufrieron en carne propia y a quienes amputaron una gran parte del alma. Los supervivientes afirman que han sido generosos. Es verdad. Conscientes de que la rabia en las tripas no es buena consejera. De que así no se podía alcanzar la salida. Dicen que no quieren la revancha, pero que demandan justicia. Difícil camino el que queda por delante. Es el momento de la política, del diálogo. La ecuación está planteada y son muchas las incógnitas que hay que despejar. El comunicado de cese del terror no plantea exigencias, pero todos sabemos que quieren la autodeterminación. La meta se había instalado en lo que ocurrió en la tarde del jueves, cuando se abrió la puerta del tiempo nuevo. Ahora hay que escribir el futuro, pero estamos a oscuras. Salvo en el documento del Pacto de Ajuria Enea, nadie habló nunca claramente de lo que habría que hacer después. Ojalá que quienes estén llamados a conducirnos por ese territorio ignoto sepan cubrir las etapas sin crispaciones, superando banderías, sin caer en la trampa de los egoísmos y los mezquinos réditos a corto plazo. Hace falta inteligencia, sensatez, amplitud de miras y no causar estremecimientos innecesarios a una sociedad que ya ha sufrido bastante. Entre las muchas cosas que se han dicho en estos pocos días, me quedo con algo que oí no recuerdo exactamente a quién. Decía que era bueno que cada uno dejara constancia de lo vivido. Pues yo viví la llegada de féretros con víctimas de atentados. Sollozos, tristeza y desconcierto por la sinrazón, y porque sabíamos que no sería la última vez.