TLto que somos se lo debemos a unas características genéticas heredadas y a elementos externos que nos han ido formando y que englobamos en eso que llaman educación. Esta se circunscribía a la familia, la escuela y un pequeño entorno tangible y concreto, pero el siglo XX trajo inventos que permitieron recibir influencias lejanas, y el XXI nos permite ser protagonistas activos y no meros espectadores de lo que ocurre. La cuestión es que los medios de comunicación tienen hoy más capacidad formativa que millares de profesores con sus programaciones plagadas de objetivos. Así que mientras algunos han estado preocupadísimos por los contenidos de una asignatura para educar a la ciudadanía, escudriñando cada sílaba de los libros de texto, no habían reparado en que Hanna Montana y un patito feo con acento porteño estaban entrando como el caballo de Troya, modelando la ideología de las nuevas generaciones. Sí, así de rotundo. Porque debajo de cada ídolo de nuestros niños y adolescentes se esconden, sin camuflaje, los nuevos papeles que deben representar todos aquellos que no quieran salirse del redil y convertirse en ovejas negras. No sería especialmente grave si no fuera porque los medios de más audiencia sacan pecho de sus éxitos basados en algo mucho peor que los personajes citados. Estamos hablando de incultura, cotilleos, estupideces, grosería, superficialidad, personajes públicos sin oficio y un sinfín de estiércol que se propaga en forma de programación de entretenimiento. Muchos pensamos que educar es casi todo en la vida y nos tememos que el principal maestro parece un auténtico descerebrado.