La encuadernación de libros con piel humana repugna a las conciencias modernas pero en siglos pasados se hizo con cierta frecuencia, como demuestran los libros en posesión de algunas de las más prestigiosas bibliotecas de EEUU cuya existencia ha trascendido públicamente ahora. Entre ellos figura un manual para abogados españoles, de 1605, que la biblioteca de la facultad de Derecho de la Universidad de Harvard compró hace décadas en un anticuario de Nueva Orleans por 42,5 dólares.

"Pensamos que no podía estar con los demás libros de leyes", dice el bibliotecario David Ferris, que en 1990 descubrió una nota que destacaba su encuadernación en piel humana. Sin embargo, pruebas con ADN no han podido confirmar ni rechazar la veracidad de la nota, porque el proceso de curtido destruyó el material genético de la piel.

LA IRONIA DEL SALTEADOR En el caso de las memorias del George Walton, en posesión de la biblioteca privada Boston Athenaeum, no hay duda, ya que este salteador de caminos del siglo XIX dijo en su testamento que una copia de la obra fuera encuadernada en su propia piel y regalada al hombre que lo capturó, John Fenno. El volumen, de 1837, tiene aspecto de piel de gamuza, igual que el tratado de anatomía de 1568, del cirujano belga Andreas Vesalius.

El libro está en la Biblioteca de la Universidad de Brown (Providence, Rhode Island), que tiene otros dos volúmenes con similar encuadernación, dos ediciones del cuento medieval La Danza de la Muerte del siglo XIX. Una de ellas fue reencuadernada en 1893 por el librero londinense Joseph Zaehnsdorf, quien se quejó a su cliente de que carecía de piel para toda la obra y tuvo que trocearla.

Estas obras, sólo a disposición de expertos, solían ir a bibliotecas privadas o a coleccionistas, y no eran mencionadas en público por lo macabro de la encuadernación. Sin embargo, deben mirarse ahora con "la perspectiva histórica que se aplica a ciertos tipos de artefactos" hallados en excavaciones arqueológicas, opina Paul Wolpe, del Centro de Bioética de la Universidad de Pensilvania.

Hubo casos como el del médico John Stockton Hough, que diagnosticó el primer caso de triquinosis en Filadelfia y usó la piel del paciente para encuadernar tratados. También se ha sabido ahora que hubo bibliófilos que adquirieron la piel de cadáveres de reos o de pobres para encuadernar sus obras, y hasta se sabe de un jeque que usó su piel para encuadernar un Corán que está en la Biblioteca de Cleveland.