La vida puso a prueba a Justino Hernández Ginés a los 53 años porque a esa edad su mundo cambió por completo al perder la visión de los dos ojos. Ahora, con 61, lucha cada día por vivir una vida lo más normal posible, con el fantasma de la depresión al acecho, pero también con la ayuda inestimable de su mujer. Acaba de recibir un premio de la Concejalía de Sanidad del Ayuntamiento de Plasencia, donde nació y reside, que le ha elegido como ejemplo de la capacidad de superación humana.

Es un premio que le enorgullece, que agradece y que le emociona --no puede evitar una sonrisa cuando lo recuerda-- porque reconoce que, con cosas como esta "me evado un poco y se me olvida lo que he pasado". Sin embargo, no se olvidó a la hora de recoger el premio de su mujer, Felipa, que define como "mis pies, mis manos y mis ojos. Es mi secretaria particular, la que más me ha ayudado, lo mejor que me ha dado Dios".

Porque su fe también le ha ayudado a superar una situación que no esperaba cuando le dijeron que tenía astigmatismo. Justino recuerda que a los 42 años, fue a más, hasta que le diagnosticaron cataratas en ambos ojos y tras innumerables visitas a clínicas de Barcelona, Madrid, Valladolid, Alicante, Salamanca o Badajoz llegó el último diagnóstico, una degeneración macular que le llevó finalmente a la ceguera total.

Esto supuso un antes y un después en su vida, sobre todo para una persona con un don para las manualidades, que pintaba al óleo y hacía maravillas con la madera. "Es muy duro pasar de ver a no ver nada, es empezar de nuevo", confiesa.

Y empezó, gracias a la ONCE, con seis meses en los que aprendió a leer y escribir en braille y a manejarse con el bastón, sobre todo en la calle. No guarda un buen recuerdo del trato que le dispensó su empresa y sus compañeros de trabajo y ahora que vive la discapacidad de cerca, echa en falta facilidades para los invidentes, tanto a la hora de desarrollar sus capacidades, por ejemplo a través de las manualidades, como en relación a las barreras arquitectónicas. Un ejemplo: "ahora que han eliminado los semáforos de Higuerillas --cerca de donde reside-- me han quitado el pajarito y ya no sé cuándo cruzar las calles".

Pero los obstáculos y su ceguera no le han quitado su inquietud por la cultura y por llevar una vida lo más normal posible. Por eso, con ayuda de una máquina de escribir en braille que les ha costado 900 euros ha escrito tres libros: Memoria de un afiliado , autobiográfico, La perla del Valle , sobre Plasencia y Boquique . También tiene un MP5 para escuchar libros y alquila películas en la ONCE. Además, por su carácter generoso, ha traducido al braille los folletos de la oficina de turismo "para dar facilidades a los invidentes de fuera".