Las manos de Alan Deyermond (El Cairo, 1932) trazan con ligero temblor en una libreta pequeña unas notas sobre el origen de la edición desconocida del Lazarillo de Tormes aparecida en 1992 en la localidad extremeña de Barcarrota. "No puede tratarse de una primera edición. Debieron existir ediciones anteriores, que se perdieron perdidas", dice.

Este hispanista de 73 años educado en Oxford, que en el 2003 salió sin grandes complicaciones de una operación a corazón abierto, es una de las referencias mundiales de la literatura medieval española. Esta semana ha participado en Cáceres en el Congreso Internacional de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval. Sus ediciones sobre el Libro del Conde de Lucanor o sobre Gonzalo de Berceo son referencias en la bibliografía de esta materia, a la que ha dedicado gran parte de su vida.

Cuenta Deyermond que eligió estudiar el español porque se enseñaba mejor que el francés y en la época en que debía plantearse la elección de la tesis doctoral realizó las primeras lecturas sobre literatura medieval.

Descubrió La celestina , sobre la que finalmente escribiría su tesis, y El libro del buen amor , entre otras obras. Fue entonces cuando encontró un anuncio para una plaza de ayudante universitario de literatura medieval en el Westfield College de Londres. Quedaba el viaje al país que había producido aquellos relatos que le impactaron, así que en 1952, junto a otros estudiantes, cruzó a Europa en un programa de intercambio con destino a Granada.

Aquel fue el primer contacto con una nación, "triste y pobre", bajo una dictadura. "Hicimos un viaje interminable, y naturalmente yo sabía en qué clase de país entraba. Ya habían pasado los peores años de la posguerra y el país me encantó".

En sucesivas visitas fue conociendo España, ampliando conocimientos sobre la materia de su estudio y publicando ediciones inglesas de las principales obras españolas del periodo y estudios sobre sus personajes, como el que dedicó al Cid, al que ya había descubierto con 8 años. A él volverá en un próximo ensayo, El evangelio social en la literatura medieval española .

Evocando al personaje, Deyermond niega las connotaciones que el franquismo atribuyó al Cid al convertirlo en uno de sus emblemas de lo español. "De falangista, nada. Hay ideología en el Cantar, pero no de este tipo. Representa a una nueva clase que lucha contra la antigua nobleza".

De este contacto frecuente con lo español, Deyermond ha ganado amigos y también reconocimientos, como el premio Nebrija de la Universidad de Salamanca, algo de lo que se enorgullece especialmente. "En Inglaterra --afirma-- es impensable que a alguien no inglés se le conceda una distinción similar".

Los toros

Así ha crecido en él una idea de España ajena a la que ha trascendido tópicamente durante tanto tiempo: la de un país de toros y flamenco. Los toros. "son una vergüenza para España". Dos veces acudió a una plaza y le repugnó. "No entiendo cómo una nación civilizada puede tolerar esto". Pero cree que la gente va ahora menos a los toros y recuerda complacido unos carteles antitaurinos en Zaragoza en los que podía leerse: Si los toros son cultura, el canibalismo es gastronomía .

De esta nación se queda Deyermond con "la imagen de la gente, del paisaje de la Mancha", y con los versos de un autor del Siglo de Oro, Fray Luis de León: Toda la espaciosa y triste España , aunque reconoce que el país ya no es triste. "Todo lo contrario".