Cuando mi abuelo tenía mi edad, le hablaban de usted en los ultramarinos y cada muela de su boca era un triunfo sobre el tiempo. Por rutinario, olvidamos el reciente prodigio de vivir una juventud alargada un par de décadas. Yo al menos me siento afortunado y, si supiera a quién agradecérselo, le mandaba un beso y una flor. Entiendo que es como un mosaico en el que una pieza corresponde a los que mejoraron los controles alimentarios, otra a los que acotaron el terreno de la corona y de los sables, otra a los que se la jugaron en huelgas por un horario laboral humano y una sanidad pública civilizada, y otra a los que se quemaron las pestañas inventando la lavadora y el taladrador eléctrico y la tostadora del pan. Incluso a Aubrey de Grey , ese científico que ayer mismo afirmaba desde estas páginas que con un presupuesto adecuado alargaba la juventud del hombre hasta los mil años. Muchos años son esos, pero se agradece la intención. El caso es que si yo pudiera, como Obama , plantarme ante un micrófono global y mostrar mi agradecimiento a los que, además de lo dicho, han hecho de un negro el político más poderoso del planeta, se lo mostraría a esa gente, pero no a Dios. ¿Qué pinta Dios en todo esto? También son hijos de Dios los negritos del Africa y caen como chinos. Borges creía que hay dos Escrituras Sagradas, la Naturaleza y la Biblia, pero yo no veo que en ninguna de las dos se muestre piedad ni por los negros ni por los blancos. Que estamos solos y debemos cuidarnos solos, eso es lo que yo leo en la Naturaleza. Y lo que he leído en las entrelíneas de la toma de posesión de Obama es que un tipo que el día que se sube al mayor estrado de la Historia aparta los ojos de los hombres y se pone a hablar de Dios, es que no es quien esperábamos. Tampoco esta vez.