La infanta Elena no acudió el pasado viernes a la boda de su cuñado Ignacio de Marichalar con María Fernanda Foncuberta. La duquesa de Lugo no quería que su presencia en el enlace restara protagonismo a los novios, habida cuenta de que todos los invitados se iban a interesar por su estado de ánimo.

La duquesa de Lugo siempre ha mantenido una estrecha relación con su suegra, la condesa viuda de Ripalda, y con sus cuñados, incluido Alvarito Marichalar, el navegante intrépido a quien Elena ha apoyado en sus aventuras por esos mares de Dios que el joven cruza con su moto de agua, cual brioso jinete náutico.

Los familiares de Jaime de Marichalar fueron los primeros en hacer piña con la infanta para conseguir que el duque olvidara los compromisos profesionales y sociales que le ataban en Madrid, y acabara por convencerse de que lo mejor era salir de ese entorno e instalarse en otra ciudad, Nueva York, en este caso. Entre todos le convencieron de que su recuperación era prioritaria, ya que, además de afectar a su movilidad, el derrame cerebral también había hecho mella en su carácter. El duque de Lugo ha sufrido lo suyo, pero las personas de su entorno aún lo han pasado peor.

Elena de Borbón, quien, como muchas mujeres en su misma situación, ha justificado con la enfermedad algunas actitudes de su marido, se ha esforzado en hacer ver a Jaime que tanto ella como sus hijos le necesitan y le quieren sano, o enfermo. El duque de Lugo ha mejorado físicamente en Nueva York porque ha dedicado más tiempo a su recuperación, pero aún le falta aceptar que su vida ya no será como antes del accidente.