TCtuando mi hija tenía apenas dos años encontró un embudo en un cajón y le pregunté cómo se llamaba ese artilugio. Me contestó que no sabía el nombre pero sí para qué servía. Me hizo mucha gracia y lo cuento como una anécdota de lo espabilada que era. Ahora veo que el embudo y ser espabilado son términos muy relacionados. Quienes hicieron la Constitución del 78 decidieron que eran la generación elegida por la historia, la que iba a imponer a las venideras unas normas de difícil modificación. Se quedaron con la parte ancha del embudo y nos dejaron la estrecha a todos los que no teníamos 18 años aquel 6 de diciembre. La Constitución está llena de guiños sociales que no se pueden cumplir de forma ejecutiva, como lo de la vivienda digna y el trabajo, junto a rancios elementos medievales que, esos sí, se cumplen a rajatabla en los palacios reales. Ahora Zapatero y Rajoy deciden que hay que poner en la Carta Magna la limitación del déficit público y sin tener que consultar al pueblo, no vaya a ser que decida mandarlos a hacer gárgaras a los dos juntos. Como son dos espabilados han decidido que se quedan con la parte ancha del embudo y hacerlo todo deprisa y corriendo. Si algún día queremos modernizar nuestra vida y elegir a la jefatura del Estado en lugar de tenerla entregada a una familia que se la pasa de padres a hijos, entonces se tendría que aprobar por mayoría de dos tercios de cada Cámara, proceder a la disolución inmediata de las Cortes, ratificar la decisión las nuevas Cámaras elegidas y someterlo a referéndum. Estos sí que saben lo que es la ley del embudo, cómo se llama y para qué sirve.