Esta semana se conocía que Facebook abriría oficina en España, concretamente en Barcelona donde se empleará a unas 500 personas. Sin embargo, el trabajo de la mayoría de la plantilla tendrá poco que ver con la tecnología: serán moderadores de imágenes, textos y vídeos «ofensivos», como asesinatos, suicidios en directo, abusos sexuales o maltrato animal.

La mayor red social del mundo cuenta con una decena de centros y hasta 15.000 personas en todo el mundo «trabajando en seguridad y revisión de contenidos», según anunció su fundador, Mark Zuckerberg. El plan de la empresa es cerrar el año con hasta 20.000 empleados dedicados a ese cometido, una labor a la que, según fuentes conocedoras de la operación, se destinará el centro de Barcelona. Pero bajo lo que puede parecer un trabajo atractivo para controlar fake news (noticias falsas) y que se anuncia con la búsqueda de community managers se esconden empleos con una alta carga psicológica. Cada semana se reportan hasta 6.500 millones de publicaciones con contenido extremo.

VIOLENCIA EN DIRECTO / «Me explicaron que era un trabajo para la moderación de contenidos, que ya me darían más detalles, pero que buscaban community managers», explica a este diario una persona que participó en el proceso de selección y que prefiere no ser identificada. «Fueron cinco horas de entrevistas y hasta el final no salió el tema más peliagudo», añade la candidata.

El primer proceso de selección fue grupal, con aspirantes de otros países residentes en Barcelona. Allí, seis personas del departamento de Recursos Humanos y dos psicólogos explicaron que el trabajo consistía en revisar publicaciones de usuarios que han sido marcadas por otros usuarios como inapropiadas. Después, pasó tres tests individuales y finalmente una entrevista. La aspirante recuerda las «duras» condiciones laborales: turnos rotativos semanales mañana-tarde-noche, trabajar o sábado o domingo, salario de 24.000 euros con pluses incorporados... «Pero la sorpresa vino hacia el final. El psicólogo me preguntó cómo me enfrentaría a contenidos difíciles, con preguntas del tipo ‘¿si tuvieras un recuerdo persistente de uno de los contenidos cómo te lo quitarías de la cabeza?’». De hecho, le explicaron que en la empresa habría un equipo de entre 20 y 30 psicólogos para atender a trabajadores. Tras saber que debería enfrentarse a la retransmisión de violencia, matanzas y otros «contenidos difíciles» le aseguraron que no se los encontraría todos los días, pero sí cada semana. Renunció a la oferta.

Burcu Gültekin Punsmann duró solo tres meses en el centro de control de Aravato, empresa que trabaja para Facebook en Berlín. Tras una entrevista de 15 minutos fue contratada para moderar contenidos de la red social, algo que despertaba su curiosidad. Sin embargo, como describe en una carta al diario Süddeutsche Zeitung, el cargo terminó convirtiéndose en un «infierno». «Tuve que dejarlo porqué me perturbó ver en mí signos de deformación profesional. Desarrollé un estado de hipervigilancia, estrés, alienación y empecé a normalizar brutalidades como la masacre de las Vegas», confiesa.

A pesar de tener experiencia en ayuda humanitaria en países en conflicto, Burcu asegura que es «completamente imposible prepararse psicológicamente» para un trabajo así. Por si fuera poco, esta exempleada también describe las malas condiciones laborales de un trabajo frenético sin casi tiempo libre que no le permitía atender a su familia. «No es una corporación social, el objetivo es trabajar anclado en tu escritorio con una productividad muy estricta. Es como estar en una fábrica», confiesa en una charla telefónica con EL PERIÓDICO. Además, esa presión para producir como una máquina también afectó su trabajo, dejando a los trabajadores pocos segundos para responder a las 1.300 publicaciones que reciben por día.

Al otro lado del Atlántico la angustia es la misma. «No hubo nada agradable en el trabajo. Entrabas a trabajar y mirabas como a alguien le cortaban la cabeza. Cada día, cada minuto, es lo que ves», explicaba otro extrabajador de San Francisco de forma anónima a The Guardian. «Cada día la gente tenía que visitar a los psicólogos. Algunos no podían dormir», explicaba, y agregaba que estaban «mal pagados e infravalorados»: cobraban 12 euros por eliminar contenidos terroristas tras un curso de dos semanas.