TLtos encierros tienen mala fama, sabor a castigo, a cuarto oscuro, a celda. Si te encerraban en soledad lo pasabas mal, pero tampoco es divertido quedarte atrapado en el ascensor, aunque lo hagas con el ser más encantador de la escalera. Si eres --como servidora-- de los que te espantas imaginando unas vacaciones en un velero en alta mar o en una autocaravana con media docena de individuos, obligado a compartir con ellos el pequeño reducto, entenderás lo que digo. Las imágenes de los 33 mineros chilenos atrapados en la mina San José ponen los pelos de punta. A pesar de las sonrisas y de los familiares jaleando desde fuera. A pesar de la NASA. A pesar de los psicólogos. Probablemente hay quien odia al compañero, quien molesta al de al lado, quien le quita el sitio o la poca comida, quien discute, quien pelea. Quizás terminen majaras todos. Luego están los encerrados voluntariamente, que es algo difícil de creer pero que existe más allá de los encierros reivindicativos. Por ejemplo: seis individuos participan en el experimento Mars500, que consiste en encerrarse 520 días seguidos haciendo como que van a Marte y vuelven aunque estén en Moscú. Todo para saber cómo reacciona la mente y el cuerpo humano ante tamaña estupidez. Y lo que es peor: uno de los nuevos peores programas de la TV tiene más o menos el mismo objetivo, solo que se puede seguir en directo y participar en la memez opinando. En las tres versiones de encierro hay psicólogos encargados de no se sabe qué. Si es de diagnosticar alguna disfunción mental, se podían ahorrar el trabajo. Los chilenos acabarán --cuando menos-- claustrofóbicos. Los otros, seguramente, estaban completamente idiotas antes de entrar.