Querido Pedro Duque: cuando me enteré de que un asteroide se dirige hacia la Tierra dudé si encomendarme a Dios o al Diablo y de la misma impresión se me cerraron los conductos excrementales. Más tarde supe que el impacto se prevé para el 2035 y, a pesar de que para entonces me dará igual que nos apachurre un asteroide que un asterisco, el daño ya estaba hecho: la noticia causó estragos en mi organismo. Ni dormir pude con tranquilidad ni he descargado el vientre en dos semanas. Algo calmó mi inquietud el saber que está usted al mando de un proyecto para evitar la catástrofe, aunque no mucho, para qué engañarnos. Si al menos contara en su equipo con Bruce Willis . Pero así, sin nadie con experiencia en armagedones, no sé, no sé. Mi mujer, que es una bendita, me llevó al siquiatra. Me atendió uno de esos que emplea técnicas de vanguardia y precios surrealistas. Nada de pastillas ni terapia de sofá. Me recetó que viera unos capítulos de la serie Física o Química . Mano de santo. Me fui de varillas en los diez primeros minutos. Lástima que me produjera una úlcera de estómago. No pasa nada, dijo el doctor. Me va a ver usted el concurso de baile Fama , una sesión después de cada comida. Ahí conocí al Energy . Un profesor muy heavy para mi body. Aún no me he repuesto. Claro que se me cerró la úlcera, pero también todos y cada uno de los canales por los que transitan las ganas de vivir. Y visto el panorama, querido Pedro, yo pregunto si no sería conveniente que usted se replantee el asunto y, en vez de aniquilar al asteroide, que también es hijo de Dios, lo traiga de la mano y lo arroje contra un repetidor de televisión. Sin otro particular. Este que lo es.