«L os filtros de Instagram y Snapchat te crean la ilusión de una belleza que jamás conseguirías en la vida real y, en cierto modo, también unas expectativas de cómo deberías ser para encajar en ese ideal», argumenta Mateo Jaramillo, de 24 años. Este joven, como muchos otros de su generación, reconoce que debido a esta presión estética omnipresente en las redes sociales, hace años que no sube una imagen de sí mismo sin ningún tipo de retoque. «Siempre me he sentido inseguro por cómo se ve mi nariz en las fotografías, pero ahora que puedo ver en tiempo real cómo quedaría retocada, la idea de operarme está cobrando fuerza», confiesa. Su historia no es un caso aislado. Cada vez son más los expertos que advierten de que la moda de los filtros de realidad virtual que embellecen y distorsionan las facciones está afectando a la manera con la que los usuarios se ven a sí mismos, agudizando inseguridades latentes.

Las revistas médicas han bautizado este fenómeno como dismorfia de Snapchat, en referencia a la primera red social que lanzó las populares máscaras digitales que deforman la apariencia del rostro. Los primeros filtros permitían verse, por ejemplo, con enormes y brillantes ojos y unas divertidas orejas de perro. Pero ahora la retórica ha cambiado. Actualmente, los más populares se perciben como una herramienta de embellecimiento instantáneo. Un solo clic permite transformar radicalmente la fisonomía del rostro creando la ilusión de unos ojos más grandes, unos labios prominentes, unos pómulos marcados y una nariz fina. Y es este el nuevo estándar de belleza que compite con la realidad.

El 55% de los cirujanos plásticos estadounidenses reconocen un aumento del número de pacientes que acuden a su consulta porque quieren parecerse más al reflejo de sus filtros. Un reciente estudio publicado en la revista JAMA alerta de este fenómeno al alza. En él, los investigadores explican que los clientes ya no acuden a la cirugía para parecerse más a sus famosos de referencia, sino que reclaman acercarse más a su propia imagen captada a través de un filtro. Dentro de esta nueva lógica, las nuevas operaciones más demandadas tienen que ver con corregir la asimetría facial, la caída de los párpados, la apariencia de las arrugas y el aspecto de la nariz. También se ha incrementado de manera significativa la demanda de un aumento de los labios para acercarse a esa imagen que a través de un filtro puede lograrse en solo segundos.

ESPEJISMOS DIGITALES / Los profesionales de la medicina y la cirugía estética reconocen que el boom de los selfis también ha irrumpido con fuerza en las consultas españolas. El último sondeo realizado por la Sociedad Española de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética (SECPRE) indica que más del 10% de los españoles ya acuden a la clínica estética con un selfi como referencia para la operación. «Desde hace uno o dos años hemos constatado un incremento de algo más del 50% de los tratamientos que se refieren a pequeños retoques en nariz, labios, ojeras o para mitigar las incipientes arrugas del rostro», explica Alberto Morano, vicepresidente de la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME). El experto vincula este auge a la influencia de las redes sociales. Ahora las imágenes del antes y el después se han convertido en un fenómeno viral, los más jóvenes navegan en un entorno en el que los retoques estéticos están totalmente normalizados. Esto, además, coincide con que la edición fotográfica se ha democratizado hasta tal punto que todo el mundo puede acceder a ella con la ayuda de un dispositivo móvil.

La suma de todos estos factores en el mundo digital configura unos nuevos estándares de belleza que, al traspasarse al mundo real, no son más que un espejismo inalcanzable. El rostro perfecto de Instagram difícilmente tiene parangón con la realidad. Incluso pasando por el quirófano. «Hay retoques que son imposibles de conseguir en la vida real», recalca Jesús Benito Ruiz, presidente de la Asociación Española de Cirugía Estética Plástica (AECEP). El cirujano explica, por ejemplo, que añadir un volumen excesivo a los labios podría deformar el rostro; también subraya que no tiene sentido intentar corregir una asimetría facial que solo existe en la cámara. «No es razonable que los selfis marquen el estándar de belleza porque nada que hagamos en la realidad podrá competir con una imagen digital, ficticia e idealizada», zanja.

Y es que la irrupción de los nuevos filtros de embellecimiento está desdibujando la línea entre realidad y fantasía. En la comunidad médica ya son muchos los profesionales que se muestran abiertamente preocupados ante las implicaciones de este fenómeno. Frente a esto, los expertos apelan a la ética cuando se detecten «preocupaciones que van más allá del bisturí y la aguja».