TStomos tan raros que llevamos décadas dando importancia ilimitada a los envoltorios, también llamados continentes. Los envases preocupan una barbaridad, de modo que llegan a ser más sofisticados que el propio contenido. Está bien, porque así disimulan contenidos podridos, corruptos o sencillamente irrisorios por lo escaso de su valor. Te regalan una caja de dulces y poco importa si el chocolate lleva un lustro derritiéndose dentro o si las galletitas de formas delicadas están rancias como el tocino añejo, sobre todo porque es posible que estés a plan y regales inmediatamente esos objetitos comestibles al señor de la limpieza. Pero, eso sí, a la caja ni tocarla, que es tuya, y presidirá a partir de ese momento cualquier estantería de las que decoran con esmero tu salón. De esta forma, todos los envoltorios han subido en consideración social desviando la atención definitivamente hacia ellos, en menoscabo de lo que envuelven. Alguien dijo que molestaban al señor medio ambiente, pero enseguida dispusieron trato especial para ellos, relevándoles de toda responsabilidad y elevándoles cada vez más en la escala social. A Carrefour se le ocurrió dar de lado a sus señoras bolsas y, ya ves, ha tenido que rectificar para volver a colocarlas con todo miramiento donde les corresponde. Ahora, las cosas importantes de la vida son como los envases fueron: atadijos, cubiertas. No en vano, los temas de mayor interés en las enjundiosas tertulias, incluso en conversaciones privadas del más alto nivel, se refieren estos días a Cajas y Bolsas, palabras que antaño se refirieron a envueltas sin más y hoy representan todo a lo que, al parecer, podemos aspirar. ¿Para cuándo los contenidos?