El cielo gris de París envolvía con una inusual tristeza la isla de la Cité. Desde el puente de la Tourelle se veía el ábside de la catedral, en pie pero mutilada tras el devastador incendio que este lunes devoró la cubierta y los 96 metros de su famosa aguja, dejando en el aire un gran escalofrío. Las llamas habían desaparecido, pero la conmoción no se había extinguido. Se notaba en los ojos llenos de lágrimas de Debora, una parisina de 31 años que pensaba en su abuela fallecida y se consolaba pensando que al menos ella no había visto las imágenes del drama.

«Nadie habría imaginado que algo así podría pasar. Notre Dame siempre ha estado ahí y pensábamos que lo estaría cuando nosotros hubiéramos desaparecido. Es difícil de asumir», decía la joven en voz baja como quien, por respeto, no se atreve a romper un momento de silencio. Porque, a pesar del trasiego de policías, gente, turistas, curiosos, vecinos y periodistas que se agolpaban en los muelles frente al Sena, reinaba la calma.

Un profesor había llevado a sus alumnos a la plaza de René Viviani para dar su clase de historia en directo frente a la gran dama lisiada. También allí, un grupo de jóvenes rezaba de rodillas mirando a Notre Dame. «Es un símbolo histórico de la cristiandad, de Francia y de Europa», contaba Mathilde, estudiante de 19 años y miembro de un movimiento juvenil que milita para reclamar la protección de las iglesias. «Estamos completamente desconcertados. Todo el mundo está en shock», apuntaba su amiga Marie, miembro del mismo grupo.

A Reda, un tendero de 38 años que tiene su establecimiento en el muelle de la Tourelle, le avisó un cliente de que salía humo de la catedral. «Tuve miedo», recuerda. «Es una catástrofe terrible. No creía lo que veía. Tenía la sensación de que era una película. Notre Dame es el corazón de Francia. Y se ha quemado. Esta catedral pertenece al mundo entero», proseguía. Aunque no tenía duda de que renacería de sus cenizas, para Chantal, de 61 años, que había venido de Lyon con su nieta a pasar unos días en París, es una «catástrofe nacional» por culpa de un «estúpido accidente».

daño irreparable

«Es un daño irreparable», decían Toño y Manuela, una pareja de Palencia que había viajado a la capital francesa desde Normandía y ayer tenían previsto subir a la Torre Eiffel. Mientras, Annie y Christine, parisinas de 74 y 71 años, interpretaban el incendio como una suerte de señal. «Significa que hay que recuperar los valores morales de la humanidad más allá de lo material», reflexionaban. Las dos jubiladas repasaban la historia reciente de París, dolorida por los sangrientos atentados de Charlie Hebdo y el Bataclan, las inundaciones del Sena y la cólera de los chalecos amarillos.

«Es curioso, pero yo pienso en Nostradamus, que también hablaba del fuego», confesaba Annie. Entristecidas pero optimistas por la ola de solidaridad que llegaba de todo el mundo para colaborar en la reconstrucción del templo auguraban que las labores llevarían décadas. «Creo que no la veremos terminada», señalaban. «Pude entrar en la catedral anoche. Todo está calcinado. Desde fuera se puede ver un monumento que todavía está en pie, pero dentro todo es negro. Es la Notre Dame del mundo entero lo que se ha quemado», decía a la prensa el vicario general de la diócesis de París, Philippe Marsset.

En solidaridad con la tragedia que sufre la diócesis de París, todas las campanas de las catedrales de Francia sonaron ayer a las 18.50 horas, el momento en el que se inició el incendio en Notre Dame. Esa «obra colosal de un hombre y un pueblo» de la que hablaba Víctor Hugo fue testigo de la boda de Enrique IV y Margarita de Valois en 1572. Fue allí donde Napoleón I fue coronado emperador de los franceses en 1804 y donde se celebraron los funerales de los presidentes Charles de Gaulle, George Pompidou y François Mitterrand. Un símbolo del poder monárquico y del catolicismo que con el tiempo se convertiría en una catedral con el que tiempo se hizo republicana.