TDtel cine (y del amor) me quedo con los preámbulos. Me gusta llegar pronto, sentarme en una butaca y escuchar música en silencio, al aguardo, como un cazador de ilusiones: la belleza, la risa, la intriga, la emoción dulce, la súbita melancolía. De todas las salas que conozco, la que mejor acoge mi ansiedad cinéfila es la de la Filmoteca de Extremadura. Será quizás porque en ella comía mi mujer a los 16 años, cuando estudiaba COU y aquello era un colegio menor. Será quizás por la excelente música que suena o porque es gratis y no estoy acostumbrado a recibir tanto por nada.

En la Filmoteca, aguardando, me embarga un sosiego dulce y me sumerjo en la ataraxia azoriniana, que es algo así como no padecer nada para poder sentirlo todo, una especie de misticismo cinematográfico que luego puede ser destrozado por la película, por una cabeza grande ante mis ojos o por la sencilla razón de que las butacas de la Filmoteca son de respaldo corto y no te sujetan la nuca. Y servidor, cuando va al cine, necesita que le sujeten la nuca porque se duerme. Sí, casi siempre acabo echando un sueñecito de cinco o diez minutos excepto en ocasiones especiales. Este año sólo he aguantado despierto cuatro proyecciones completas: Entre copas , Habana Blues , Tapas y el documental extremeño Escenario móvil . Este último lo vi en la Filmoteca. Pocas veces he pasado 90 minutos más entretenido. En un vaivén suave, las imágenes y la música me llevaron de la nostalgia a la carcajada, de la sonrisa a la pena negra, de la reflexión rápida a la felicidad intensa.