Hagan un experimento con un traductor automático en internet. Si introducen la palabra doctor en la casilla en inglés, el programa la traduce en español como doctor. Sin embargo, si introducen la palabra en inglés nurse, el programa no la traduce como enfermero, sino como enfermera. Luego escriban doctor en un buscador de imágenes: verán que aparecen muchos más hombres.

«La mayoría de la inteligencia artificial está programada por hombres y eso tiene consecuencias», reflexiona Laura Fernández, directora de All Women. Esta academia de formación en inteligencia artificial inauguró su primer curso hace tres semanas. Algo llama la atención en la sala de paredes de vidrio donde se llevan a cabo las clases, en un coworking del barrio del Born de Barcelona: todas las personas que allí estudian son mujeres.

All Women es la última en llegar a España de las escuelas de informática solo para mujeres. La precedió el año pasado CodeOp, también en Barcelona, y en el 2015 la pionera Adalab, en Madrid. Estas organizaciones ofrecen cursos intensivos de semanas o meses que convierten a alumnas sin experiencia en potenciales empleadas de empresas de informática, análisis de datos o inteligencia artificial.

HAY DEMANDA / El sector público solo ofrece formación académica de largo recorrido. Por eso, ante la enorme demanda de obreros del teclado, se están multiplicando academias y cursos de programación o bootcamps, en la jerga informática. Entre ellos, hay un puñado de all women coding schools (escuelas de computación solo para mujeres). El modelo nació en Estados Unidos hace menos de una década, en academias como Hackbright o Grace Hopper. Ahora, estas organizaciones se han consolidado. Sin embargo, son enanas en comparación con los principales bootcamps globales, como Ironhack o General Assembly.

«Los espacios tecnológicos son actualmente casi solo de hombres. Como mujer, te sientes aislada, envuelta por una cultura masculinizada», explica Fernández. Antes de fundar All Women, ella impulsó una iniciativa para financiar la participación de mujeres en bootcamps clásicos. «Pero ellas nos decían, por ejemplo, que los ejercicios se dirigían a simular partidos de fútbol o batallas navales, algo que no les interesaba para nada», comenta.

CUESTIONES ESPECÍFICAS / «Las mujeres aún no han encontrado su puerta de acceso a los espacios tecnológicos. Una estudiante me dijo que en un curso con hombres se sentiría cohibida a la hora de preguntar», afirma Katrina Walker, fundadora de CodeOp. «Además, hay cuestiones específicas de las mujeres: negociar un salario igual al de un hombre, desarrollar el liderazgo o controlar la tendencia a juzgarse a una misma todo el rato», prosigue.

«El hecho de ser solo mujeres genera un espacio de seguridad en ciertas situaciones. Lo vemos en las actividades infantiles: si se pone un destornillador en medio de un corro, seguro que lo cogerá un niño», afirma Núria Castell, exdecana de la facultad de Informática de la Universidad Politécnica de Cataluña.

«Yo espero que estos cursos desaparezcan en el medio plazo», prosigue Castell. «Estamos haciendo esfuerzos para despertar el interés de las niñas en la tecnología, pero veremos los efectos en una década», añade. «Esto es un parche: espero que no tenga que existir en un futuro», coincide Fernández. «Nos acusan de sexismo al revés. Pero sería como decir que ayudar a los refugiados es darles un privilegio», alega Walker.

Almudena Canalejo, una alumna mallorquina de CodeOp, creció jugando al ordenador. «Casi siempre tenía el papel de un hombre que rescata a una mujer o que se venga porque habían matado a su chica», recuerda. Y los papeles de género siguieron en la vida real. «Entré en una empresa a la vez que mi pareja y con el mismo nivel educativo. Ahora él es administrador de base de datos y yo he tardado dos años en encontrar otro trabajo», relata.

Mientras buscaba empleo la becaron para hacer un curso en CodeOp. «Hasta entonces había ido a cursos donde era la única mujer y nunca había tenido una profesora. La experiencia fue increíble: aprendí cosas como tener confianza en mí y ver referentes femeninos», relata. Canalejo empezará a trabajar de programadora dentro de unas semanas.

«Las empresas necesitan mucha mano de obra informática y no hay suficiente. Por eso han proliferado los cursos que aprovechan esta necesidad. Eso puede dar una salida a mujeres que están fuera del mercado laboral», afirma Castell.

lo que más atrae / La oportunidad es lo que atrajo hacia la inteligencia artificial a Blanca Cros, una experta en márquetin de Camprodon (Ripollès) alumna de All Women. «Vi los datos que se manejan en el márqueting digital y me di cuenta del filón que es el análisis de datos», relata. «Al principio me planteé si podría hacer algo tan técnico. Había trabajado mucho en webs, pero siempre al lado de programadores hombres. Ahora me lo estoy pasando muy bien», dice.

También para Inés Cordón Morillas -una neurocientífica de Madrid que está terminando su doctorado en la Autónoma de Barcelona- la programación es una oportunidad de cambio. «Siempre quise ser investigadora. He hecho un máster en Marsella y el doctorado en Barcelona. Pero veo a compañeros muy buenos que se han ido al extranjero y no pueden volver. Yo no estoy dispuesta a no volver nunca más», afirma. Analizar datos es un cauce distinto para su pasión investigadora.

Los precios de un bootcamp varían entre los 6.000 y los 8.000 euros, según la escuela y el curso, que duran entre uno y tres meses. Algunas academias ofrecen becas y descuentos. También presumen de facilitar la conciliación. «Recuerdo a una estudiante que daba el pecho mientras programaba», afirma Walker. Además de la formación técnica, ofrecen talleres sobre negociación, liderazgo y habilidades comunicativas.

una gran experiencia / Algunas viven un cambio radical con la experiencia. «Yo era la típica chica de Humanidades que odiaba las Matemáticas», afirma Aleum Yang Urfels, una surcoreana afincada en Barcelona y exalumna de CodeOp. «Pero empecé a tener curiosidad por la tecnología y cuando me puse a programar me enamoré de ello: me hizo renacer», relata. «Veo cómo las mujeres se transforman durante el curso», afirma Walker. «Programar les hace cambiar su relación con la lógica. También comunican mejor. Programar te obliga a enfrentarte a problemas. Y esta habilidad la puedes transferir a otros aspectos de tu vida».